Nawales

  • Machetes, espantos y encantos

     Byron Francisco Hernández Morales

    Arqueólogo

     

     

    Les presentamos este segundo trabajo de Byron Hernández, arqueólogo de profesión y maestro en Antropología Social por la Universidad de San Carlos de Guatemala. Este trabajo es sobre su experiencia haciendo arqueología industrial -una disciplina incipiente en el país-, y con una fibra de análisis de la realidad y la historia oral y la historia cotidiana. Una de sus principales investigaciones radica sobre la elaboración de machetes; este articulo que nos comparte, radica en la unión entre la arqueología y la antropología social.

    Que disfruten la lectura.

     

    Machetes, espantos y encantos

    Cuando tengo la oportunidad o necesidad de hablar sobre Arqueología con personas que desconocen sobre esta ciencia, siempre procuro hacer énfasis en que esta disciplina no es lo que las películas de Indiana Jones muestran.  En la vida real, no se trata de buscar tesoros mágicos ni de grandes aventuras plagadas de emociones extremas como lo representa el cine.

     

    No puede negarse que en la práctica, no faltan las emociones, los peligros y los momentos de placer, sin embargo, debe tenerse muy claro que el fin último de la Arqueología es el estudio de los humanos, sus relaciones sociales, prácticas culturales, por mencionar algunos, analizando los restos materiales dejados como evidencia por estos grupos de personas.  La arqueología no necesariamente debe enfocarse a estudios en grandes ciudades o sitios monumentales ancestrales; los métodos y técnicas de investigación también pueden utilizarse para estudiar hechos de la historia contemporánea.

     

    Partiendo de lo anterior, puedo hacer énfasis en que es muy factible el enfocarse al estudio de objetos que generalmente pasamos inadvertidos, objetos comunes y de uso cotidiano que bien pueden estar frente a nosotros, sin percatarnos del valor histórico, científico, simbólico que estos puedes albergar.

     

    Otro punto medular es comprender que cuando se habla de objetos, no se trata de la descripción rimbombante y vacía del menaje, se debe ver más allá, enfocar la mirada hacia la relación que existe entre los materiales y las personas que los utilizaron. De lo contrario, nos limitamos a la elaboración de inventarios sin contenido meramente social

     

    Partiendo de estas ideas, planteo un día la posibilidad de enfocarme a estudiar los machetes desde una óptica arqueológica.  Tomar ese instrumento tan común y corriente para muchos, al extremo de que, al mencionar con diferentes personas mi interés, no dejaban de fruncir el entrecejo y preguntar: ¿qué de arqueológico tiene un machete?, esto era con algunos colegas, podrán imaginar cuando a otros individuos sin esta formación se les hacía el mismo comentario.

     

    Al correr el tiempo se dieron diferentes avances, dentro de lo que a mi criterio cobró mucha relevancia, los aspectos socioculturales que rodeaban a los machetes en Guatemala, y en particular captaron mucho mi atención los relatos sobre seres fantásticos y tenebrosos en algunos puntos del territorio nacional y que en esta oportunidad pretendo compartir. Cabe mencionar la relevancia de estos datos, si comprendemos que estos instrumentos no son oriundos del territorio nacional, fueron traídos como parte de los pertrechos acarreados por los europeos al momento del contacto con los pueblos originarios.

     

    Esta mención es de importancia pues de forma general se puede apreciar que en los procesos de adaptación social a lo largo de la historia del país, se han fusionado tanto las actividades sociales como los patrones culturales, y las locuciones de hechos fantasiosos o míticos no son la excepción.

     

    Quiero iniciar con una anécdota que de niño escuché por andar de metido en conversaciones de adultos y que al momento de realizar mis investigaciones, vinieron a mi mente y busqué a la persona para entrevistarla y escuchar nuevamente el relato.  Este es el caso de la finada Marta Laz, Doña Marta Laz, oriunda del poblado de San Lucas Sacatepéquez, a veintiocho kilómetros de la ciudad de Guatemala, a las faldas del Cerro Alux; cito de forma textual:

     

    La gente de antes contaba que cuando se iban al monte a traer leña siempre tenían que llevar machete, más los hombres porque como el cerro está encantado y espantan, entonces no solo para cortar palos sirve el machete sino también para alejar  a los espantos… Cuando les aparecía la llorona o la siguamonta, tenían que sacar el machete y morderlo y ponerse a rezar para que ese espíritu se fuera.

     

    Figura 1. Esbozo de la narración de Marta Laz.  Dibujo: W. Guerra.

     

    Le cuestioné lo siguiente a doña Marta:

     ¿Por qué necesariamente un machete?

    ¿No puede ser un cuchillo, una madera, otro objeto?

    ¿Por qué morder el machete?

     A lo que respondió: ah saber, es secreto decían, pero si tenía que ser un machete.

    Este fue el primer caso en el que me pregunté: ¿a qué me metí?

     

    No obstante la ausencia de una respuesta amplia que me explicara la razón de ser de los actos en sí mismos descritos por doña Marta, seguí buscando nuevas referencias mientras procuraba interpretar los hechos.  En estas pesquisas y en mis andanzas, en el municipio de Pastores, Sacatepéquez, conocí a la señora Andrea Navarijo, a quien en una charla muy coloquial le comenté de mi investigación y de forma espontánea, me comentó que no era vecina de ese poblado, que sus orígenes eran en la costa sur del país, del departamento de Mazatenango, lugar en donde su padre residió siempre y que también le comentó sus anécdotas, una de ellas resumida de la forma en que se refiere seguidamente:

     

    Mi papá contaba de que a él como lo espantaban y se le aparecía la Siguamonta, eso le pasaba por mujeriego porque él era bien pícaro y la forma en que se libraba era mordiendo tres veces el machete y después dando tres golpes en el suelo siempre con el machete pero no con el filo, sino con los lados, eso tenía que hacerlo hasta que se iba el espanto. 

     

    Inmediatamente me hizo pensar en el relato de doña Marta.  Había dos paralelos característicos entre las dos historias, el espectro femenino, y la acción de morder el machete.  Por esta razón le pregunté lo mismo que a la primera señora, agregándole dos interrogantes más:

     

    ¿Por qué morder el machete tres veces?

    ¿Por qué golpear el suelo tres veces?

    La respuesta no fue muy diferente, no tenía un argumento para dar explicación  a la historia de su padre. Esto no restó el interés de continuar en la búsqueda de datos, dado a la similitud de ambos relatos en puntos medianamente distantes en la geografía nacional, podría ser un indicador de la existencia de un posible patrón en el imaginario de las personas.

     

    Nuevamente recordé otra historia que hacía años había escuchado de parte de un amigo. Como no era de extrañar, se trataba de lo acontecido a un tercero.  El amigo Luis Fernando Rejopachí, también oriundo de San Lucas Sacatepéquez, me compartió parte de las memorias de su abuelo, particularmente lo que sigue:

     

    Mi abuelo contaba que siempre se lleva el machete al monte no solo para abrir paso sino para liberarse del encanto pues decía que hay un bejuco que si uno se para en él, se pierde el camino entonces hay que machetear el monte porque en una de esas se corta el bejuco y uno encuentra el camino.

     

    En esta oportunidad, no figura la presencia de ninguna mujer espectral, sin embargo, si se aprecia un acontecimiento sobrenatural, el conocido encanto, que en diferentes latitudes de Guatemala se hace mención, las personas se pierden en el monte, se pierde el camino.

     

    Lo que se debe comprender en este caso, es que, las personas que pierden el camino, son individuos que suelen ir al monte, desempeñan sus actividades agrícolas en el campo, conocen el lugar, por tanto, parece extraño que alguien que camina frecuentemente o a diario por el mismo lugar, pueda perderse. Es de entender entonces que se le atribuyan estos “poderes” a la naturaleza; el encanto del monte o el cerro, encanto que solo puede romperse al cortar el bejuco con el machete.

     

    Este no es el único caso.  Aunque se cuenta con noticias de sucesos muy parecidos, quiero hacer referencia a un caso en particular, documentado en el municipio de Asunción Mita, Jutiapa, que de igual forma a los testimonios anteriores, la narración es una historia contada por alguien más, el padre de la joven bombera voluntaria que en una ambulancia de esta institución me comentara lo siguiente:

     

    Por aquí dicen que hay mucho encanto en los cerros, a mi papa le pasó, que él fue al monte a conseguir leña, pero los terrenos por donde el andaba, siempre los caminó desde niño, y dice que no había caminado mucho cuando vio cerca del camino bastante leña tirada y se metió a recogerla pero cuando quiso regresar al camino ya no estaba y comenzó a buscarlo pero no lo encontraba y comenzó a machetear para tratar de salir pero no podía... Al fin encontró el camino pero para todo eso ya lo habíamos salido a buscar y eran como las cuatro de la tarde y él estaba enlodado, con la ropa rota y cuando le preguntamos qué pasó contestó: no sé, me perdí.

     

    Este caso hace referencia a lo que mencioné líneas antes, personas que conocen el camino y los terrenos, se pierden sin razón aparente, y la forma en que logran salvarse es a fuerza de machetazos, no por lograr abrir una brecha, más bien por cortar (literal y metafóricamente) el encanto.

     

    No puedo dejar pasar este espacio para explicar sobre la manera en que terminé en esa ambulancia, por ser una coyuntura que permite comprender más sobre los encantos y el uso del machete en esos casos.

     

    Cuento esto de forma resumida, en otra oportunidad puedo compartir mi historia más ampliamente.

     

    Me propuse conocer y escalar el volcán Ixtepeque, en Agua Blanca, Jutiapa.  Ya muy avanzada la tarde, comencé el ascenso desde la aldea La Tuna, todo parecía ir muy bien, hasta llegar a un punto en donde las instrucciones recibidas por personas de la localidad no concordaban con lo observado en el paisaje.  Se apreciaba la cumbre del volcán pero no el camino que se me refirió, con ayuda de mi brújula, tomé una vereda clara que aparentemente llegaba hasta mi destino, pasado el tiempo, la vereda se hacía más pequeña, al punto de cerrarse, al momento de que dispuse volver sobre mis pasos, no vi más la vereda, me asusté, todo era un montarral alto, en ese momento recordé que no llevaba machete, solo un cuchillo.

     

    Pensando la forma de proceder, dispuse empuñar mi pequeña arma y orientarme nuevamente con la brújula y puntos de referencia geográfica del paisaje.  Golpeaba el monte con el artilugio filoso y movía con los brazos la hierba para abrir paso, pero no sabía cómo iba a salir de la aldea, nadie me conocía y mi angustia me indicaba que escapara del lugar lo más lejos que pudiera. Logré llamar a los bomberos ya referidos y les indiqué mi situación, mi plan era lograr bajar y que ellos me sacaran de La Tuna.  Funcionó.

     

    Al encontrar el último camino franco que había transitado en mi expedición, me percaté que había caminado en círculo, aun cuando mi brújula indicaba lo contrario.  Con más temor que nunca, bajé a la aldea, en donde nos encontramos con los elementos de rescate y dos personas de la comunidad, uno de ellos se me acercó y tuvimos esta conversación:

     

    Él: Mano, ¿qué putas te pasó?

    Yo: No se mano, me perdí, no logré subir.

    Él: ¿A qué hora comenzaste a subir?

    Yo: Como a las 5 de la tarde.

    Él: ¡Hombre más mula, si este cerro tiene encanto! Vos de la capital sos, y allá no creen en eso pero si existe.

    Yo: ¡Pues yo sí creo mano!

    Él: ¿Y ni machete cargas va? ¡que mula!

     

    En eso estábamos, les pedía a los bomberos que me llevaran a Asunción Mita, en el camino ya les conté a los compañeros rescatistas más ampliamente mi penuria, y la señorita me platicó lo que ya leyeron.

     

    Ese día comprendí el por qué se lleva machete al monte, tal como lo dijo la difunta doña Marta y el amigo Luis.

     

     Figura 2. Al monte se tiene que llevar machete, no solo para abrir camino, uno no sabe que se va encontrar.

    Dibujo: W. Guerra.

     

    Ya que estamos por el oriente, quiero escribir dos historias que otro buen amigo me contó, mi buen cuate Weagli Veliz, con su elocuencia característica para narrar este tipo de anécdotas me refirió esto:

     

    En un pueblo de Chiquimula, contaban la historia de un chavo que fue a visitar a su novia.  Cuando él estaba regresando para su casa, se fue por el rio, iba montado en su caballo, y de repente vio que salió al frente la novia y él le pregunto ¿Qué estás haciendo aquí? Y la chava le respondió: me voy a ir de la casa y quiero que me lleves.  La chava se subió al caballo, atrás del novio, y de repente, él sintió en su cintura las manos frías de la chava, cuando volvió a verlas se dio cuenta que eran unas manos feas y con unas grandes uñas. El tipo entonces sacó el machete y se tiró del caballo y mientras caía le tiro un filazo, y de plano no le paso nada, entonces, al caer al suelo, el chavo se puso el machete en la boca y con las dos manos jalaba el monte y esa que era la siguanaba, daba de gritos hasta que se fue.

     

    Nuevamente se destaca en el relato la presencia de un ser espectral de forma femenina, y la presencia del machete, el cual es colocado en la boca, posiblemente sujeto con los dientes del protagonista, lo que podría interpretarse como una mordida. En este caso, a diferencia de los anteriores, sobresale el aspecto agresivo del hombre queriéndose defender de la presencia sobrenatural, algo que se vuelve a manifestar en la siguiente historia:

     

    Siempre allá por Chiquimula, cuentan de un señor que al que todos los días llegaba la llorona a molestar a su casa, todos los días era la misma cosa, hasta que un día se cansó y dijo: ¡hoy si me las va pagar esta desgraciada!  Entonces el tipo salió con el machete y dicen que le metió una planaceada a la llorona y hasta la amarro a un palo de un cerco.  Fue a llamar a la gente para que vieran pero cuando llegaron, solo estaban las pitas con que la había amarrado pero esa cabrona ya no estaba.

     

    Esta referencia se desvía en buena medida respecto de lo que caracteriza a los otros relatos.  Es evidente en las dos versiones de Weagli, la agresividad de los protagonistas, el ataque directo hacia el espectro, esto también puede ser una característica de la región del oriente, la cual merece ser estudiada más a fondo.

     

    No obstante lo anterior, no solo en el oriente se da esta situación.  Fue muy representativo encontrar en la aldea Xesic, Municipio de Santa Cruz del Quiché, al señor José Kiej, quien me refirió esto:

     

    Cuando se sentía algo malo, podía ser la llorona, un espanto o lo que fuera, para agarrar valor se pasaba el machete en medio de las piernas tres veces, así vey luego de eso uno ya tenía valor para enfrentarse y pelear con lo que fuera que lo estaba asustando.

     

    Este es un relato muy peculiar pues comparte los aspectos de agresividad resaltados en las historias de Chiquimula, y el tres, (las tres veces que se repite la acción) que se presenta en los primeros textos escritos en este material, y ya que este es el último en esta oportunidad, quiero hacer algunos comentarios finales.

     

    Partiendo de los aspectos recurrentes en los casos, puede considerarse que la acción de morder el machete puede responder a un simbolismo cristiano, tomando en consideración lo interpelado a doña Marta, sobre la obligatoriedad de un machete y no un cuchillo.  Viendo en función de proporciones un machete con relación al cuerpo humano, al momento de morderlo, podría formarse una cruz, elemento representativo del cristianismo, utilizado muchas veces para invocar la protección divina.

     

    Figura 3.

     

    Esto puede estar relacionado de algún de cierta manera con el hecho de morder tres veces, golpear tres veces el suelo, o pasar tres veces el machete entre las piernas ya que esto hace recordar el dogma de la Santísima Trinidad del cristianismo.

     

    Para el caso de los encantos, posiblemente las narraciones van enfocadas a dejar plasmado en el imaginario de las personas, la necesidad preponderante del uso del machete.  Es bastante evidente que estos casos, en su mayoría les ocurren a personas de campo.  No por esto pretendo desacreditar el valor de las creencias, pero en este momento no se pretende establecer la veracidad de los hechos, más bien, comprender el valor simbólico de lo que para muchos es un mito.

     

    Los casos recopilados en Chiquimula, dejan ver de forma clara, la valentía de los protagonistas.  En Guatemala, se ha considerado a las personas del oriente como gente brava, tosca, macheteros y pistoleros.  En estas narraciones entonces, puede notarse parte de la intencionalidad del relato, transmitir al receptor que el oriental no le teme ni a vivos ni a muertos.

     

    Aunque para el caso de la historia de José Kiej en Quiché, también se percibe este gesto de valentía, el breve ritual de pasar el machete por entre las piernas, es con la finalidad de enfrentar la aparición espectral, no se reza.  Aunque don José no supo explicar la razón del protocolo, surge la pregunta: ¿es una acción ritual petitoria para la producción de testosterona?  Esto es una simple hipótesis, considerando que la intención de ir de choque contra el espectro.  Por aparte, debo aclarar que mientras don José daba está explicación, efectuó la acción de pasar el machete entre sus piernas, posicionando la empuñadura de forma próxima a los testículos. Otra interrogante que surge es: ¿una mujer también puede efectuar esta acción si se ve en la misma circunstancia?  Espero algún día poder profundizar en esto y comprender de mejor manera el simbolismo implícito.

     

    Para finalizar, como ya lo mencioné, para muchos, estas locuciones  pueden ser simples cuentos o mitos de los viejos, sin embargo, considero de mucha importancia dar el valor que estas narraciones se merecen como parte de la riqueza cultural intangible de Guatemala.  Aun así, se trate de mitos como tal, se debe considerar al mito como un relato poseedor de vida, en el sentido de proporcionar modelos a la conducta humana y conferir por esto, significado y valor a la existencia (Eliade 1991), es decir, estos relatos (como muchos otros) no son solamente historias de entretenimiento simplemente, tienen una función social bien determinada, cumplen con aspectos moralizantes en la sociedad.

     

    A lo anterior puedo sumar la importancia de indagar en estos relatos o mitos como historias ocultas por los procesos de sincretismo que se han generado en el país por tantos años, por tanto, no se deberían considerar como relatos fantástico, sino investigar con bastante cuidad, establecer correspondencias entre los relatos, verificando lo que corresponde y lo que no y así, posiblemente podemos llegar al final de este proceso y a una mayor comprensión (Strauss, 1977).

     

    Referencias Bibliográficas

     Eliade, M. (1991). Mito y Realidad. Gersa, España.

    Strauss, C. (1977). Mito y Significado. Alianza Editorial.