Y llegó el Oxlajuj Baqtun
Poema de Humberto Ak’abal
Maya K'iche'
Qué nos pasó, abuelo;
por qué de repente sentimos escalofrío.
¿Por qué en la cocina de la abuela
cuesta que encienda el fuego?
La luna parece que también
no quiere alumbrar esta noche,
el aire tiene un olor que hiede,
el sol también se está enloqueciendo
a ratos calienta, a ratos quema…
¿Qué se hicieron los viejos sabios, abuelo?
En el pueblo ya no se ven.
Ay, a dónde se fueron aquellos viejos
que podían leer las estrellas,
que podían leer los relámpagos,
que podían leer en el agua el día de mañana,
que podían leer en los árboles los días de ayer.
¿Qué se hicieron esos viejos?
¿Quién los vino a traer,
a dónde se los llevaron?
Aquellos Guardianes del Culto al Sol,
aquellos Guardianes del Culto al Tiempo,
aquellas mujeres remedio,
aquellos hombres relámpago;
aquellos que leían los sueños:
¿por qué nos abandonaron?
Recuerdo al Tata León,
cuya mirada penetraba las paredes de adobes,
y lo traigo a mi recuerdo
cuando mirando fijamente a una pared,
con la seguridad del vidente dijo:
Ahí está, ahí está;
lo oigo llamar, lo oigo llorar…
Y el abuelo
comenzó a escarbar en aquella esquina
y encontró una sonrisa
esculpida en una piedrecita,
y danzaron, y cantaron, y lloraron
y quemaron pom, incienso y miel…
¿Por qué se murió el abuelo León,
por qué se llevó lo que sabía,
por qué nos dejó solos…?
Y el abuelo Xuwan,
aquella noche vino a casa bajo la lluvia:
no te vayás de viaje mañana temprano,
porque va a haber un percance en el camino.
Y no dormí esa noche,
al amanecer llegó la noticia,
la camioneta se había accidentado
y murieron cincuenta personas
allá por el puente viejo de Nawal Ja’.
¿Cómo supo el abuelo Xuwan
que sucedería ese desgraciado accidente?
Y él ya se fue,
ahora no sabemos leer el futuro…
Qué se hicieron las curanderas;
una hojita de esto, una raíz de lo otro,
la semilla de aquello,
y nos curábamos,
y de repente vinieron las enfermedades,
las plantas desaparecieron;
ahora hay un montón de remedios caros
para curar a los adinerados,
pero, para los pobres
ya no hay remedio…
¿Qué se hicieron los tajineles,
los que trabajaban la tierra?
Cada pedacito producía maíz,
piloyes, huicoyes, habas
y ahora la tierra se está muriendo,
ya no produce nada…
Antes las tortillas doradas en el brasero,
resquebrajadas y
guardadas en costales de algodón
eran el totoposte de los viajeros;
en cada descanso de los caminos,
se dejaban caer puños en los caldos
de hierbas con chile machacado en piedra…
¡Había qué probar aquella comida
bajo la sombra de un taxcal!
Se silbaba sobre la escudilla
por lo picante de cada bocado…
Ahora ya nadie las recuerda;
hoy solo se comen esas tostadas resecas,
saladas y edulcoradas con sintéticos
empaquetadas en bolsitas de papel aluminio.
¡Ay, hasta dónde hemos caído, abuelo!
Y la otra abuela,
aquella que preparaba tortillas
embarradas con frijoles negros
revolcados en recadito espeso de masa,
y el pollo asado y ahumado,
crujiente, limpio, oloroso,
uuummmm qué sano se comía, entonces.
Hoy se come pollo,
pero ese pollo cebudo
frito en aceite viejo, hediondo…
¿Adónde se fue el sentido del gusto,
a dónde se fue el olfato?
Parece que nuestra lengua estuviera muerta
y que la nariz ya solo sirviera de adorno.
Antes, en aquellos entonces;
cuando moría una gallina
llorábamos todos,
cuando moría un pájaro
todos nos poníamos tristes
y si moría un hermano
el pueblo se vestía de duelo…
Ahora hay muertos a cada rato,
ya nadie llora, nadie lo siente,
a nadie le importa.
¿Qué nos pasó, abuelo;
cuándo perdimos el corazón,
por qué ya no sentimos nada;
se nos olvidó llorar
o ya se acabaron las lágrimas?
Cuando se derribaba un árbol
de rodillas pedíamos perdón al bosque,
cuando se abría un pozo
se ponía sal en el corazón del agua,
cuando se abría un camino
se pedía permiso a la tierra
y no se metían las manos
en el vientre de la tierra…
Ay, abuelo;
ahora se burlan de esas costumbres,
por eso la tierra está enferma.
¿Es que no ven cómo se ven tristes
esas lomas peladas que antes eran bosques,
es que no les quema el alma
ver cómo se secan los pozos,
es que no sufren cuando ven ese río,
que antes llevaba agua limpia,
y que ahora arrastra basura y hediondez…?
Mire el pueblo, abuelo;
cómo hiede,
hoy cualquiera se caga
y se orina en las calles,
parecen chuchos.
Y los alcaldes pasan en carros
con anteojos oscuros
y bien vestidos…
¿Qué se hicieron, abuelo;
aquellas autoridades,
aquellos que eran celosos
con el orden y la limpieza?
Y la espiritualidad era una,
la reverencia era una,
las creencias eran una,
la educación era una,
el respeto era uno…
Y las ceremonias, abuelo;
las ceremonias de aquellos tiempos
se hacían con decoro,
cuánta espiritualidad
se respiraba en los altares
de los solitarios montes…
Ya no está el abuelo Xapuxtian,
aquel anciano que regañaba,
el viejo que sacudía con su lengua:
ser poronel es tener vergüenza,
porque un quemador de pom
no debe desnudar su cara.
Desde chiquitos eran escogidos
los futuros Ajq’ij,
día a día acompañaban al Anciano Enseñante,
para que aprendieran a comunicarse
para que aprendieran a hablar
con el viento,
con el agua,
con el fuego,
para escuchar la voz de la tierra;
y una palabra de ellos
era una palabra de trueno.
Hoy se hacen Ajq’ijes a cada rato,
cualquiera puede serlo (si paga),
Hoy se venden ceremonias mayas
y se hacen a domicilio.
Ay, abuelo; qué triste está el B'aqtun,
cuánta basura quedará después de la fiesta.
Seguramente será una Era de cambio,
pero tengo temor,
que el cambio sea al revés.
Abuelo, abuelo, abuelo:
usted ya no está conmigo…
¿Por qué lo vi sentado allí
del otro lado de los tenamastes?
El fuego se apagó,
el último tizón se hizo ceniza,
solo hay oscuridad.
¡Ay!, abuelo, tengo miedo,
estoy hablando solo…
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