Virgen de Guadalupe

  • Capuchinas, una revelación sin antecedentes

    CAPUCHINAS, UNA REVELACIÓN SIN ANTECEDENTES.

     

     

    Presentación de  Carlos René García Escobar  Antropólogo y Escritor

     

     Para el 21 de diciembre del 2012, habrán pasado 492 años de la primera aparición de los españoles en las costas del Golfo del mar Caribe, hoy conocidas como La Huasteca de México, causando cierta confusión con la esperada venida del gran señor de todo el territorio maya mesoamericano, conocido como Quetzalcóatl de quien las leyendas locales profetizaban su llegada y a quien sus habitantes llamaban con distintos nombres, entre ellos Kukulkan y Q’ukumatz que eran de los más conocidos.

     

    Habrán pasado 450 años que el obispo Diego de Landa con saña fervorosa persiguió, capturó, torturó y quemó en la ciudad de Maní, habitantes mayas de Yucatán y toda clase de manuscritos e íconos de culto religioso, así como numerosa obra artística de la cultura maya.   Habrán pasado 488 años de la fundación de la Ciudad de Santiago, capital del Reino de Guatemala, con lo que se empieza a consolidar la invasión, conquista y colonización de los habitantes de esta región antiguamente conocida, por los mexicas y tlaxcaltecas, como Quauhtlimallan -Lugar de Árboles, o, Águila Cautiva- apelativo devenido finalmente en el actual ‘Guatemala’. 

     

    Habrán pasado  cerca de 450 años que las artes producidas en el Reino, entre ellas la arquitectura de ciudades, edificios civiles y religiosos; el arte plástico, el  musical, el literario y lingüístico; el arte dramático y danzario y toda clase de artesanías, adquirieron improntas mezcladas entre el arte hispano europeo de la época y el propio de estas latitudes americanas.

     

    Habrán pasado 191 años que este Reino de Guatemala se libera de la dependencia del poder político español y una nueva era de cambios empieza a gestarse en la vida nacional, a excepción de la situación de opresión racista y de explotación de su fuerza de trabajo, así como de apropiación de sus bienes y medios de producción, tal la tierra, que los grupos étnicos continuaron y que siguen sufriendo hasta el momento. 

     

    Habrán pasado 68 años que un nuevo cambio político social vislumbró, en 1944, que la situación de los indígenas guatemaltecos cambiaría en algo a su favor.

     

    Habrán pasado 58 años, desde 1954, que la situación les empeoró y no ha podido resolverse, ni mucho menos mejorarse.

     

    Habrán pasado más de 5,000 años que el calendario maya marcó una nueva era para el 2012, fecha en la cual se vislumbran cambios favorables de orden estructural, incluso, que empiezan ya a advertirse en las improntas sociales y religiosas. 

     

    Desde 1992, año conmemorativo del 5º Centenario del descubrimiento  del Nuevo Mundo por los españoles, se advierte una mejoría en el campo humanístico que toma en cuenta fundamentalmente la situación de los grupos oprimidos de la tierra, al decir de Frantz Fanon.

    De tales advertencias trata el texto titulado precisamente, La Revelación de Capuchinas, en el que su autor, Guillermo Paz Cárcamo, describe con precisión, análisis y reflexión, a través de un anecdotario misterioso calcado en lo místico y mágico, los detalles artísticos que revelan la presencia figurativa del antiguo ser supremo maya, Quetzalcóatl, tallada en los retablos de la iglesia de Capuchinas, en la ciudad de la Nueva Guatemala de La Asunción.

     

     El conocimiento le es revelado por un Ajq’ij kaqchikel que se le presenta en el contexto de una misteriosa misión que tiene por objeto descubrir, a la visión profana de la sociedad guatemalteca, el legado artístico de antiguos orfebres talladores, indígenas, que trabajaron los retablos de dicha iglesia durante el siglo XVIII cuando fue construida la antigua Iglesia y convento de las religiosas de Capuchinas en la Ciudad de Santiago de Guatemala. Estos retablos fueron trasladados, a la Nueva Guatemala de La Asunción, todavía durante la época final de ese mismo siglo. Posteriormente sufrieron muchos daños causados por el terremoto de 1976, razón por la cual, este Ajq’ij tallador fue contratado para proceder a su restauración.

     

    De veras que uno es ciego; la magia de los abuelos nubla la mirada de las gentes para ocultar lo que tiene que verse cuando no es el tiempo de verse.

     

    Le dijo a este Ajq’ij, quien trabajaba ya la restauración, un misterioso interlocutor, al señalarle en el interior de la iglesia citada, los detalles quetzalcoatlianos presentes en la estructuración artística de los retablos, dedicados estos, a diferentes deidades del culto religioso católico establecido en América desde las épocas coloniales de la Evangelización. En dicha ocasión, en tanto le explicaba los detalles, también le aseveró a manera de enseñanza y consejo:

     

    Generalmente los artistas indígenas son Ajq’ij, o, están cerca de los Ajq’ij’a,  porque cualquier arte es don que nos otorgan nuestros ancestrales Abuelos,  las Energías, o como dice la gente, los Nawales con que fuimos concebidos, paridos y caminamos por el sendero de la vida.

     

    Si tú estás acá, haciendo este trabajo, es porque fuiste escogido por los Abuelos  para hacerlo y para que yo te encontrara y te diera a conocer el poder de nuestros creadores y formadores; como nos dejaron dicho en elPopol Wuj:   “Aquí iniciamos la enseñanza…. la aclaración…. y la relación de lo oculto…. y lo revelado… por Tz’aqol Bitol; Alom, K’ajolom; Saqi Nim Aq, Saqi Nim Sis; Tepew Q’ukumatz; Corazón del Lago, Corazon del Mar…”

     

    Como el Ajq’ij, interlocutor de nuestro autor, le contaba que este antiguo Ajq’ij le había revelado la presencia del ser supremo en aquellos retablos, treinta años antes, cuando lo habían contratado como tallador para restaurarlos, también le contaba: 

     

    El mismo sentimiento tuve al contemplar por primera vez la presencia de nuestro Gran Abuelo Q’ukumatz-Quetzalcóatl. Estupefacto estaba cuando El desconocido me dijo: de ahora en adelante jamás dejarás de ver nuestra Deidad y jamás dejarás de sentir su presencia cada vez que entres a esta iglesia… así me dijo y así me ha sucedido y así te sucederá a ti….Bueno querido amigo, es que llegó el tiempo que debe conocerse lo que ha estado velado ante los ojos de todos; de dar a conocer lo conocido desconocido.

    Al respecto de todo lo sucedido al interior de la iglesia de Capuchinas y luego de visitarla otras veces, para constatar lo revelado con apuntes y fotografías, nuestro autor, Guillermo Paz Cárcamo reflexiona:

     

    “Dichosamente, se dice uno observando los retablos, que en el momento de su confección estaba de moda ese estilo Churrigueresco, porque éste estilo es mucho más abigarrado que el clásico barroco, sobre todo en la retablística, donde se manejan con profusión las formas lineales curvadas y retorcidas, dando la sensación de un perenne movimiento, al mismo tiempo que refleja un ambiente de apabullante riqueza y poder”. 

     

    Esta idea me obsesionó cuando, por conversaciones sostenidas con Guillermo Paz, me decidí por mí mismo visitar la iglesia de Capuchinas y buscar en sus retablos todos esos detalles quetzalcoatlianos, referidos por él mismo con asombro y entusiasmo. Mi curiosidad basada en el conocimiento que tengo, a que nunca, nadie antes, se ha referido a los retablos de las iglesias coloniales en los aspectos referidos por Paz Cárcamo, sino solamente en alusión a su barroquismo, en la delineación figurativa de sus estructuras, diferenciándolos de los retablos españoles (Verbi Gratia Mario Monteforte Toledo), no pude más que contemplar, igualmente admirado, y evocar las figuras de Quetzalcóatl dadas a conocer por el arqueólogo Román Piña Chan hace muchos años en una edición del EFE del año 1977, Quetzaltcóatl, Serpiente Emplumada, y las que evidenció en el siglo pasado el insigne Rafael Girard, en Los Mayas Eternos publicada en 1962, basadas en sus estudios de la etnia Chortí del área oriental de Guatemala.

     

     Al comparar mentalmente los rasgos lineales de la talla elaborada en estos retablos, con esas evocaciones, me recorrió el cuerpo cierto estremecimiento que logró sobrecogerme en la contemplación de los retablos. Como dice nuestro autor: 

     

    “Viendo tal prodigio artístico-conceptual, de inmediato le corre a uno por la piel el estremecimiento del peligro, del riesgo sobre la vida de estos imagineros indígenas, porque sí los curas, o el mismo Juan José de Mérida, se hubieran dado cuenta del artificio e ingenio cosmogónico imbricado en las decoraciones, no sólo hubieran destruido los retablos como obras del demonio, sino además, los artistas indígenas hubieran sido enviados a la hoguera por la llamada Santa Inquisición y sus familias desterradas, en el mejor de los casos”. 

     

    Entonces recordé también la investigación que realicé en Rabinal, Baja Verapaz, en el año 2000 y publicada en el 2002, en la cual encontré que se practica en esa región una danza tradicional denominada, La Sierpe o de San Jorge, generalmente oculta en sus ritos internos de culto, pero que a la visión pública aparece como una victoria de San Jorge contra el dragón que se comía a las doncellas, antigua leyenda en las culturas mediterráneas que sobrevivieron al imperio romano, mezclada localmente con el mito de la serpiente en forma de la tarasca francoeuropea.

     

    De modo que no deja uno de sorprenderse y admirarse, por la inteligencia y valentía de aquellos artistas, talladores orfebres anónimos, que lograron pergeñar en la madera sus deidades de culto, con las propuestas artísticas de sus católicos contratistas; ensamblando toda una dimensión milenariamente conocida únicamente por ellos y conculcadas siglos antes por medio de la evangelización cristiana. Igual sucede en la danza tradicional referida.

     

    Consciente de esta nueva realidad que se nos enfrenta, en la contemporaneidad cíclica de los tiempos por venir, resta para los entendidos buscar y constatar con conocimiento semiológico del arte prehispánico mesoamericano, los rasgos artísticos todavía aparentemente ocultos en las expresiones del Arte Colonial, como por ejemplo en la sorprendente fachada de la iglesia de San Cristóbal Acasaguastlán, Zacapa, Guatemala, donde aparece esculpido en alto relieve, en su tímpano, el sol maya; una doble expresión de la serpiente emplumada, en su parte superior; así como el Dios Tlaloc, también en alto y bajo relieve y doble expresión, en su zócalo. 

     

    ¡Cuántas expresiones de la religión prehispánica mesoamericana podremos descubrir desde ahora en el amplio patrimonio cultural material de la obra arquitectónica colonial en nuestro territorio, que allí ha estado esperando ser contempladas con los nuevos ojos, de la nueva era, que vaticinó el calendario maya de todos los tiempos y que vino a revelarnos el misterioso Ajq’ij de Capuchinas! 

     

    En  tal sentido, me permito darle la bienvenida a este interesante texto que viene a revelarnos, a los interesados en el desarrollo y estudio del arte guatemalteco de todos los tiempos y lugares, aspectos importantes de la cultura ancestral de los pueblos mayas de hoy.

     

     Esperamos, en un propicio futuro, que en todos los órdenes de la vida económica, social, política y religiosa, se presente un desarrollo que signifique el fin de una época ominosa que les ha tocado vivir durante cinco siglos.

     

    Colonia la Florida, parte de Kaminal Juyu, 

    en la Nueva Guatemala de La Asunción

    A veinte días del mes de agosto del año 2011.

     

     

    Bibliografía Consultada:

     

    García Escobar, Carlos René. El Baile de la Sierpe o de San Jorge en Guatemala. La Tradición        Popular, No. 137.Cefol-Usac. Guatemala. 2002.

     

    Girard, Rafael. Los Mayas Eternos. Libro Mex Editores. México. 1962   Piña Chan, Román. Quetzalcóatl. La Serpiente Emplumada. EFE. México. 1977

     

     

    CAPUCHINAS

    El Retablo de Q’ukumatz

     

    Habíamos quedado en reunirnos para conversar sobre las Veinte Energías, las Trece Intensidades y los Cargadores establecidas en el Calendario Sagrado Maya, El Cholq’ij, y cómo su comprensión e interpretación proporciona el rasgo, las cualidades, un perfil sintético y completo de la personalidad, del espíritu, de cada ser humano. Yo iba ir a su pueblo, pero un día antes el Ajq’ij Cojtí, de origen kaqchikel, me dijo que vendría a la capital dado que a última hora había surgido un imprevisto y  que por esa circunstancia era mejor que nos juntáramos ahí, por lo menos para iniciar la explicación, la plática que se había previsto. 

     

    Quedamos de vernos a las diez y media de la mañana en la esquina de la décima calle y décima avenida de la zona 1, diciéndome, qué para que no tuviera confusiones, era justamente la esquina donde se ubica la iglesia de Capuchinas.

     

    A Capuchinas había ido con mi mamá, cada cierto tiempo, cuando ella en compañía de su prima Marina, iban a rezarle a la Virgen de Guadalupe y a San Antonio; uno se hincaba delante de los enormes retablos a rezar y los apreciaba como grandes catedrales revestidas de oro; en la imaginación de güiro creía que aquello era de oro macizo, como contaban las rezadoras; deslumbraba el resplandeciente dorado de los retablos colocados en la paredes y uno se sentía apabullado, consternado, como cerca del cielo, casi palpando la aparición de la Virgen. 

    Muchos años después volví a pasearme por el pasillo central, admirando cada uno de los retablos, cuando esperaba a una amiga que colaboraba con los curas a cargo de la iglesia. Siempre impresionan y siempre uno se queda como embobado mirando aquella multitud de claroobscuros que da cada recoveco del labrado dorado. Son tantas las curvas, los matices, la filigranas, altos y bajos relieves, que la tendencia es mirar todo el conjunto, no ve los detalles, porque además, el dorado oro que recubre todo el retablo y todos los retablos, da una contemplación plana del  conjunto donde solo destaca lo que no tiene color dorado: o sea, las pinturas colocadas en las oquedades de los retablos y las imágenes de bulto plantadas en las hornacinas.

     

    Llegué al sitio un poco antes con la intensión de entrar a la iglesia y ver de nuevo los retablos. Cuando estaba subiendo la acera para entrar al atrio, salía por la puerta el Ajq’ij, acompañado de uno de sus hijos. Nos saludamos en el atrio, nos dimos un abrazo y dijo que había llegado un poco antes para visitar la iglesia; le dije, que también esa era mí intención, por eso me había adelantado: 

     

    Bueno -me dice- nos pensamos y nos pusimos de acuerdo; es una buena señal, reiteró.  

    Entonces dijo que entráramos a la iglesia, que me quería mostrar algo:

     

      Te quiero mostrar algo -me dijo- 

     

    Y acto seguido se encaminó a la entrada. Su hijo y yo lo seguimos unos cuantos pasos atrás.

    Al entrar a la nave se fue directo hasta el altar, donde se puso a observar el retablo de Santiago Apóstol que está a un costado.  Con la vista me indicó que mirara detenidamente el retablo como él lo hacía.

     

    Lo miré y como tantas otras veces el dorado y lo sublimado de la ornamentación del retablo hacía resaltar las imágenes que están en las oquedades, perdiendo en esa estampa general los detalles del tallado y estofado de cada pequeña parte del retablo. 

     

    En cada retablo nos deteníamos un buen tiempo observando, en silencio, y en cada uno hacia la misma señal con los ojos, incitando a escudriñar los pormenores de la enorme obra maestra de la imaginería. 

     

    Cuando hubimos visto al último retablo, el de la Virgen de Guadalupe, que está a la entrada de la nave principal de la iglesia, el Ajq’ij se devolvió al retablo de San Judas Tadeo: un retablo impresionante con cinco pinturas y una escultura de San Judas Tadeo; impactante por su talla y el estofado de la imagen. Nosotros lo seguimos y luego de unos de minutos de contemplación, con la mirada como atrapando el tiempo, comenzó a decirnos:

     

    Hace más de 30 años, allá por el año 1980, fui contratado para venir a esta iglesia y trabajar como restaurador, para restaurar los retablos que habían quedado dañados por el terremoto de 1976. Toda la iglesia quedó dañada, pero para finales del 79 esta estructura había sido reparada casi en su totalidad…. fue entonces cuando se pensó en restaurar los retablos y por eso fui contratado como tallador, como estofador. En ese tiempo, yo era joven, era conocido en mi pueblo por mis habilidades en esas artes del tallado, la escultura, la pintura…. como decían que era bueno, por eso me contrataron. Había otros compañeros contratados para realizar otras tareas importantes para realizar la restauración: como los que estaban en el desmontaje de los retablos…. porque aunque no lo noten y la gente no se dé cuenta, los retablos no son de una sola pieza, eso es una muestra de lo delicado que es este arte…..

     

    Acá trabajé más de un año: un trabajo cuidadoso, muy minucioso, muy cansado, de mucha atención y concentración; de mano fina y templada, porque un pequeño desliz con la gubia, con el formón, o el escoplo, hasta con la lija o  la pintura, para decir algo, podía echar a perder estas obras históricas de arte…. eso aparte de que podías perder el empleo y con ello tu  pequeño prestigio de artista

     

    Recuerdo que en ese tiempo, al reparar ambos retablos de la entrada de este templo de Capuchinas, estaba a cargo un cura párroco español alto, muy frio y discriminador; nos dijo que en España se le llama cuadra al lugar donde viven los cerdos, porque así llamó al ambiente creado por la viruta del trabajo que realizábamos en el templo ya en funcionamiento.

     

    Ya viste bien el retablo -me dijo-

     

    Bueno -le dije-  he mirado lo esmerado, refinado de la talla, la opulencia del conjunto, lo impecable de la pintura dorada y de las pinturas de los cuadros, lo cuidado que lo tienen….

     

     

    ¿Y no ves algo curioso?  O ¿ raro….? ¿ inesperado…? O ¿ extraño en el retablo? 

     

    No -le dije medio turbado por su interrogación y mirada inquisitiva- de verdad no miro nada fuera de contexto, armonioso, simétrico, ornamental…

     

    Yo también en aquel tiempo no veía nada fuera de lo simétrico, armonioso, fino del ornamento, de lo impresionante del oro; igual que tú, así que estamos igual de ciegos me dijo-

     

    Con esa sentencia, volví a mirar  el retablo con el mayor detenimiento y acuciosidad que me permitían los sentidos. Pero nada. No veía nada extraño, ni algo que se saliera de las formas repetidas que miraba cuando apuntaba la vista a pequeños espacios del retablo para tratar de descubrir algo que me dijera algo y pudiera decirle al Ajq’ij: sí, Tata, acá miro algo raro. Pero nada, realmente no miraba nada extraño, ni raro, ni desconfigurado, ni roto, ni golpeado, ni despintado. O sea nada. Solo el retablo como siempre lo había mirado.

     

    Incluso pasé varios minutos mirando con especial detenimiento el cordero de plata incrustado en el retablo -resalta dentro del conjunto- esperando encontrar algo extraño, simbólico en ese símbolo del Cordero de Dios…. Igualmente nada.

     

    De veras que uno es ciego; la magia de los abuelos nubla la mirada de las gentes para ocultar lo que tiene que verse cuando no es el tiempo de verse. Dijo el Ajq’ij que le había manifestado un Señor Desconocido.

     

     

    Luego se quedó pensativo, otra vez con la mirada como atrapando el tiempo, o contando el tiempo o cosiendo el interminable e insondable camino del tiempo. De repente comenzó a contar que:

     

    Un día estaba yo afanoso restaurando una esquina del retablo de la Virgen de Santa Ana: lija y sopla, lija y sopla y sopla el polvo de la madera; era ya como la media mañana, hasta un poco de hambre tenía, cuando entró un señor delgado, algo moreno, no muy alto, pelo negro, cara fina con unos ojos negros encendidos; con las maneras pausadas, tranquilas, serenas, de esos seres que irradian un halo de energía que engancha al que está en su camino; que uno siente que saben, que tienen peso.  Se plantó a un paso de donde estaba la viruta en el piso y despacio fue viendo  todo el recinto de la iglesia.

     

    El Ajq’ij hizo el movimiento con los ojos y cabeza que supuestamente hizo el Señor Desconocido y siguió diciendo:

     

    Yo, mirándolo a modo de suspendido, atento a su figura; no le quitaba el ojo, ni sé por qué, pero deje de soplar y lijar... Hasta ahora me he preguntado ¿el por qué?... Y a de veras, a veces me digo que fue el poder de su mirada, de su ver, lo que me paralizó en esos segundos o minutos…. no lo sé ciertamente… o fue su recóndito poder mágico… Pero eso sucedió en aquel momento….lo tengo tan presente como si fuera  hoy…. después de tantos años, es como si lo estuviera viendo, sintiendo...

     

    El Ajq’ij, estaba  parado en el sitio desde donde el Señor Desconocido se plantó, e imitando  sus ademanes,  se agachó estirando el brazo y con la mano semicerrada hizo el gesto  de recoger un poco de viruta; seguidamente se enderezó y se llevó la mano semicerrada hacía la nariz y boca; dio una fuerte y honda aspiración; luego una larga pausa con la mano todavía  a un palmo de la boca, dijo:

     

     

    Esta es nuestra tierra, el olor de nuestra tierra, de lo que estamos hechos…

     

    Me comentó el Desconocido viéndome con una intensa mirada…. Yo, puesto que estaba sorprendido, solo atiné a asentir con una inclinación de cabeza. En ese momento, se me atravesó por la mente lo que nos decía el cura español cada vez que veía la viruta en el piso -una cuadra de cerdos- y me dije una vez más en mis pensamientos que el cura era otro  mísero encomendero más que llegaba a nuestra tierra. 

     

    En esos pensamientos estaba enredado cuando el Señor Desconocido me preguntó, que ¿qué me parecían los retablos y qué tiempo llevaba trabajando ahí?  Yo le dije, que tenía casi seis meses de trabajar en la restauración y que los retablos tenían un trabajo maravilloso de quienes los hicieron y que estaba aprendiendo mucho del arte de esa época, del Barroco, según decían los curas que estaban a cargo del trabajo…. Se me quedó viendo y de sopetón me dijo: 

     

    Esto no es Barroco….

     

    El Ajq’ij me miró con una mirada de interrogación y luego de una pausa me preguntó: 

    Y a ti ¿qué te parece? 

    Bueno -le dije- a mi me parece que es una variante del Barroco que le dicen Churrigueresco, porque este estilo es mucho más exuberante en las formas, más profuso que el clásico  Barroco, y estos retablos  son así, brillantes, llenos de adornos, lleno de calados, imágenes…  

     A la mente me vino  la  imagen del  enorme retablo-altar de la  catedral de México, que es un modelo del estilo Churrigueresco indianizado.

     

     ¡Ah!.... ¿Churrigueresco?.... pero como te digo -me dice el Ajq’ij- el Desconocido me dijo: no es Barroco… y luego con esa seguridad de los que hablan sabiendo lo que dicen, agregó: 

     

     

    Esto es nuestro arte….  

    Supongo que me quedé con cara de pasmado, de desconfiado -siguió diciendo- porque seguidamente me hizo saber, que debido a la opresión de los colonialistas y curas españoles por suprimir todo vestigio de nuestra ancestral cultura y sobre todo de nuestra cosmovisión, los maestros artesanos -porque así llamaban a los escultores, pintores, tallistas, a los artistas indígenas, los colonialistas- utilizaron la técnica escultórica de los colonialistas para expresar su propio arte y nuestra cosmovisión. Como sabrás, o si no los sabes te lo digo, me dijo aquel Señor Desconocido:

     

    Generalmente los artistas indígenas son Ajq’ij, o, están cerca de los Ajq’ij’a, porque cualquier arte es don que nos otorgan  nuestros ancestrales Abuelos, las Energías, o como dice la gente, los Nawales con  que fuimos concebidos, paridos y caminamos por el sendero de la vida.

     

    Si tú estás acá, haciendo este trabajo, es porque fuiste escogido por los Abuelos para hacerlo y para que yo te encontrara y te diera a conocer el poder de nuestros creadores y formadores; como nos dejaron dicho en el Popol Wuj -me siguió diciendo-....

     

    Aquí iniciamos la enseñanza…. la aclaración…. y la relación de lo oculto…. y lo revelado… por Tz’aqol Bitol; Alom, K’ajolom; Saqi Nim Aq, Saqi Nim Sis; Tepew Q’ukumatz; Corazón del Lago, Corazon del Mar…

     

    Todo esto lo dijo como recitando un poema. 

     

    Yo me quedé más asombrado todavía, porque no entendía el por qué me hablaba de esa manera ese Señor Desconocido. A saber cuántas cosas, pensamientos, pasaron por mi cabecita en aquellos momentos -me siguió contando- porque para ajustar la cosa, yo estaba solo en aquel rato; los otros trabajadores se habían ido al atrio, al  descanso de media mañana y a comerse algo. Bueno…. lo cierto es que cuando le daba vueltas al asunto que me pasaba, el Señor Desconocido me dijo: 

     

    Te quiero enseñar algo…

     

    Y con un ademán me indicó que lo siguiera hasta el retablo de San Judas Tadeo.

    Nos paramos en la mitad del pasillo central, así como estamos en este momento -me especificó el Ajq’ij- y me dijo que viera detenidamente el retablo porque en él estaban las señales de los Abuelos. Yo miré el retablo detenidamente y como te conté, miraba, o admiraba igual que tú ahora, el arte por el arte mismo; por lo tanto, no podía ver lo evidente dentro de lo velado, o como dirían algunos hoy día –expresó con un dejo irónico- que se dicen entendidos: lo intrínseco en lo extrínseco; la esencia o el contenido, dentro de la forma. 

     

    Mientras el Ajq’ij Cojtí, contaba la historia de su inesperado encuentro con el Señor Desconocido, su hijo y yo, seguíamos junto a él, parados delante del retablo de San Judas Tadeo, observándolo.

     

    Así que luego de un silencio, volvió a la carga preguntándome, sí de verdad no distinguía algo intrínseco en las formas del retablo:

     

    Algo que no corresponde en lo que corresponde,  algún trazo dudoso que te haga por lo menos adivinar, sospechar, que haya algo oculto, en esa forma “churrigueresca” que decís es el estilo; me endosó sin miramientos. 

     

    Como de mi parte no le di una respuesta, ni indicio de que  hubiera encontrado algún hallazgo en el retablo, prosiguió contando que: cuando el Señor Desconocido le hizo la misma pregunta, él tampoco veía ningún signo velado. Entonces, contó que el Desconocido le dijo que se echara para atrás unos pasos y que volviera a revisar el retablo; lo mismo hicimos nosotros por indicación suya; retrocedimos unos pasos y de nuevo miramos un buen rato el retablo, revisándolo. Preguntó de nuevo, si veíamos algo; con la cabeza le negué. Volvió a decir: 

     

    Lo mismo me pasó; entonces el Señor Desconocido me dijo que retrocediera hasta el otro lado de las bancas y volviera a revisar el retablo.

     

    Eso mismo nos hizo hacer. Dimos otros pasos para atrás, nos paramos y señaló al retablo  para que revisáramos de nuevo.  El retablo estaba ahora a una distancia que permitía verlo completo, con facilidad, de un vistazo. Opté por seccionar el retablo con la mirada e ir escudriñando cada sector, poniendo toda la atención posible para ver si encontraba algo que me indicara alguna presunción. Al final, nada. 

     

    Lo mismo me pasó a mí -dijo- Entonces el Señor Desconocido me dijo: 

     

    Ve con atención la parte de abajo del retablo, donde se encuentra  el cordero de plata. 

     

    Mientras contaba lo sucedido con el desconocido y la indicación que le daba, lo mismo nos indicaba con la mirada, haciendo al mismo tiempo, con la mano, un amplio recorrido imaginario sobre esa parte del retablo. 


    De repente sentí algo extraño en el cuerpo –siguió narrando el Ajq’ij- un desasosiego que no atinaba de dónde venía, ni de qué se trataba; sin embargo, seguía  encandilado en esa parte del retablo. Algo extraño, o más bien, algo familiar miraba pero no alcanzaba a verlo, eso era lo enigmático, lo incongruente.

     

    Minutos antes, yo había estado mirando precisamente esa parte del retablo, centrando la mirada y el escudriñamiento en la sección donde está el cordero de plata, o sea, en el centro justo de esa parte. Además, esa parte resalta en medio de la brillantez general del color oro, haciendo que uno fijara la mirada y atención en esa pequeña sección: lo demás se pierde a la vista. En ese momento no vi nada fuera de lo ensortijado del labrado, aplanado por el color oro que lo recubre.   

     

    Cuando el Ajq’ij estaba hablando de su experiencia, comencé a tener una especie de corazonada.

     

    Algo efectivamente estaba en esa parte del retablo; algo conocido, algo que había visto múltiples veces, pero sin saber a ciencia cierta qué era lo visto. Son esos segundos o minutos que uno mira, pero no ve; que uno entiende, pero no acaba de entender: es la presencia de lo conocido desconocido. 

    En esos tanteos; entre el mirar y el ver, entre el discernimiento y el entendimiento, el Ajq’ij dice: 

    Ve bien la parte derecha del cordero y luego ve la parte izquierda; no mires el brillo del oro, solo ve los claro-obscuros que dan las formas….    

     

    Y claro, ahí estaba, en medio de la abigarrada ornamentación y el movimiento de luces y entorchados del barroco-churrigueresco, surgía mágicamente la abstracción de la Serpiente Emplumada, de Q’ukumatz; la Deidad que guió a los pueblos mayas en medio de las tinieblas, de la incertidumbre y los peligros más asombrosos, a la luz de la vida y del conocimiento.  

     

    Efectivamente, ahí estaba, tal como el Señor Desconocido se lo había mostrado al Ajq’i Cojtíj.

    La cuestión es que al ver la parte indicada, diluyendo de la mirada del resto cercano del retablo, de inmediato surge la abstracción de Q'ukumatz en el retablo.  


    En el mismo instante de ver la abstracción en el retablo se asoció, en mi mente, la figura abstracta de la Serpiente Emplumada  que está en Quirigüa, en tres enormes esculturas amorfas, donde claramente en medio y por medio, de decenas de trazos, figuras, glifos, esculturas, se desarrolla, delinea, la imagen de Q’ukumatz.

      
    También asocié al unísono una escultura de jade de Quetzalcóatl, que me impactó cuando la observé por primera vez: la perfección de sus trazos y sobre todo la mirada realista, vivaz, percibida desde lo inerte de la piedra. En esta pieza los trazos que delinean la figura de la Deidad, son casi los mismos que los del retablo; sobre todo alrededor de los ojos. Esa escultura, encontrada en Veracruz,  data entre 500 a 900 años antes de nuestra era.

     

    Con todo, en estas esculturas lo impactante, hipnotizante, en la mirada  que pasa uno sobre ellas, son los penetrantes, vívidos y abismales ojos de la Serpiente Emplumada, de Quetzalcóatl, Kukulkan, Q’ukumatz,Chimalkan.  Y justamente esto es lo que se ve, se percibe, siente, maravilla y hechiza en la abstracción labrada en la parte inferior del retablo de San Judas Tadeo; los ojos de la Deidad cosmogónica maya están ahí, subyugantes, fascinantes. 

    Estupefacto, perdí la noción del tiempo contemplando la talla de Q’ukumatz en el retablo; pensando que hacía alrededor de 300 años que ahí estaba, a la vista de todo el mundo y nadie, o casi nadie la veía. Pensaba en el portento de los artistas indígenas, que en la peor de las situaciones, cuando los perseguían a sangre y fuego por sus creencias en la de interpretación de la vida, del universo, de la cosmovisión, de sus Deidades,  habían sido capaces de utilizar los conceptos y técnicas del arte de los que los oprimían para plantar en los símbolos de fe católica, símbolos de la cosmovisión indígena.   Seguramente, pensaba, sí los curas en aquella época de intolerancia suprema,  se hubieran dado cuenta de ese simbolismo de la cosmovisión indígena adosado al retablo dedicado a San Judas Tadeo, seguramente lo hubieran destruido, o al menos, esa parte la hubieran quitado y las maderas echadas a la hoguera. 

    Con la vista pegada al retablo, viendo la talla de Q’ukumatz, veía otras manifestaciones de esa misma poderosa
    voluntad de mantener vivos los principios de la cosmovisión de la cultura indígena; no solo para el presente de quienes hicieron esas magnificas obras, sino sobre todo para las generaciones que les seguirían. Y me repetía, en el silencio de la contemplación, lo que el Señor Desconocido le había dicho al Ajq’ij: Esto es nuestro arte….  Y claro que era su arte…. qué duda cabía ante lo que estaba frente a nuestros ojos.

    Entonces, la imagen de la iglesia de San Cristóbal Acasaguastlán se posó entre el retablo y mi vista, apareciendo vívidamente su fachada donde la figura del Dios Padre Sol, de la cosmovisión indígena, esta esculpida en la misma fachada, a la mirada de todo mundo.

     

    Esta iglesia fue construida “en estilo barroco colonial” apuntan los entendidos, en el año de 1654. Es decir, que esta edificación es de las más antiguas que existen y se hizo aproximadamente 100 años antes que los retablos de Capuchinas.  En esa época, el pueblo de San Cristóbal Acasaguastlán tenía una gran importancia porque era el puerto pluvial -sobre el río Motagua- donde se desembarcaban las mercaderías traídas de México y España, dado que el río era navegable por barcos de cierto calado hasta ese punto. De ahí la importancia de la iglesia y su magnificencia. 

     

    Pero esta iglesia tan antigua, no solo tiene la impronta indígena del Dios Sol; también oculta y al mismo tiempo está a la vista pública,  la manifestación de Q’ukumatz en la fachada. De lejos parece un arabesco más, aplanado por lo blanco de toda la fachada -haciendo el mismo juego visual del color oro del retablo- pero viéndolo detenidamente y con otra luz en el entendimiento, se ve claramente a la Deidad arriba del campanario, en el último tramo de la fachada. 

     

     

    Dos serpientes están empotradas en las columnas que rodean la hornacina superior donde se encuentra la imagen de San Cristóbal, patrono de los viajeros, del pueblo de San Cristóbal Acasaguastlán y guardador de los navegantes que arribaban a ese puerto lacustre. Mimetizadas por la blancura, el claro-obscuro de la luz reflejada, la multitud de formas que adorna toda la fachada, mas la altura, está la presencia de Q’ukumatz, como pegada al cielo, al universo. Cuatro cientos años tiene de estar ahí, en las alturas de esa edificación, presidiendo el ceremonial católico desde aquellos remotos tiempos.   

     

    Y más abajo, en el zócalo pintado de rojo, mimetizado por el color, está también la representación de Q’ukumatz, a ambos lados de la puerta principal.  Así que la impronta  de la cosmovisión indígena está asentada  abajo, en medio y en la cúspide de la iglesia.

     

    Esta representación de la Serpiente Emplumada en la iglesia de San Cristóbal Acasaguastlán es prácticamente la misma que está en la fachada del Palacio de las Máscaras  de Kabaj, Yucatán, México; acá  la simbología de Q’ukumatz se repite 260 veces en el frente del edificio., como los 260 días del calendario sagrado mayas: el Cholq’ij 

     

    Así iba bajando muchas imágenes de la representación de la Deidad formadora de la humanidad que había visto en edificios de arquitectura maya, así como en múltiples libros, ilustrados con bellas fotografías, mostrando el esplendor del arte de aquellos virtuosos reflejados en la piedra, en la pintura, en la cerámica, en  la arquitectura. 

     

    Con el ensueño en vuelo, no dejaba de ver la talla de la deidad indígena de Q’ukumatz inserto en el retablo de San Judas Tadeo.  La vista seguía clavada en el retablo, mientras por la memoria pasaban las otras  imágenes  de Q’ukumatz; diferentes en las formas, pero con el mismo principio conceptual-espiritual: la misma esencia.  

     

    No salía del asombro, cuando el Ajq’ij, me tocó el brazo y me susurró, que Q’ukumatz siempre ha estado ahí, que ahí se iba a quedar para que lo vieran y honraran las gentes de nuestra estirpe y las gentes de corazón y espíritu generoso. Dijo:

     

    El mismo sentimiento tuve al contemplar por primera vez la presencia de nuestro Gran Abuelo Q’ukumqtz-Quetzalcoatl. Estupefacto estaba cuando El Desconocido me dijo: de ahora en adelante jamás dejarás de ver nuestra Deidad y jamás dejarás de sentir su presencia cada vez que entres a esta iglesia… así me dijo y así me ha sucedido y así te sucederá a ti….

     

    Con un leve giro nos indicó que nos moviéramos; comenzó a caminar lentamente hacia la salida contemplando con liviandad las pinturas, los retablos, las paredes. Cuando llegamos a la altura del retablo de la Virgen de Guadalupe hizo una leve parada, dio otra mirada abanicada por los costados de la iglesia  mientras comentaba que el Señor Desconocido le había dicho que no solo en el retablo de San Judas Tadeo estaba la presencia de los antepasados y que su tarea era ver dónde más estaba esa evidente presencia. Añadiendo: Esa es ahora una de tus tareas, si es que la quieres hacer…. nada te obliga.

     

    Cuando salimos de nuevo al atrio, le dije que hasta ahí no había dicho quién era el Señor Desconocido, como él lo llamaba. Me dijo que después de haberle mostrado lo del retablo de San Judas Tadeo, justamente estando en el umbral de la iglesia, entraron los demás operarios haciendo una gran algarabía; el Desconocido, en ese momento, hizo un ademán de aturdimiento, dio la vuelta y salió de la iglesia. Transcurrieron unos segundos, talvez un minuto, cuando el Ajq’ij salió para seguir hablando con el Señor Desconocido, pero cuando llegó al atrio, no lo vio. Entonces salió a la calle, caminó  por la acera hasta la esquina de la décima calle y décima avenida y por más que escudriñó con atención, ya no lo vio.

      

    Antes de que me lo preguntes, te respondo que jamás lo volví a ver. Mientras trabajé en los retablos tuve la esperanza que regresaría, pero nunca más regresó, al menos en el tiempo que estuve ahí.  Pasé mucho tiempo, buscándolo; bueno, buscándolo por las calles donde yo caminaba, porque algo me decía que lo vería en alguna parte. Pero hasta la fecha nunca más lo vi y esto hace, como te comenté, hace más de treinta años.  Yo, a veces, me da por pensar que fue un enviado de nuestros Abuelos; a veces pienso que era el mismo Abuelo del retablo quién me llegó a abrir los ojos y la mente. Y lo más raro de todo eso, es que, en medio de mi alteración por querer saber de su paradero, le pregunté a los compañeros de trabajo, sí se habían fijado en el señor que entró y se quedó platicando conmigo;  ellos, con esas caras que uno pone cuando uno cree que se lo quieren babosear, me contestaron: que ellos no habían visto a ningún señor platicando conmigo y riéndose, me dijeron que de tanto estar trabajando me estaba achusemando. En ese momento sentí efectivamente que estaba desvariando, talvez era el hambre -me traté de consolar- pero al momento vi de nuevo el retablo y efectivamente, evidentemente, ahí estaba el Gran Abuelo Q’ukumatz, o sea, todo había sido tal como lo viví.

     

    Viéndome a los ojos y tomándome el brazo, me dijo:

     

     

    Como me dijo el Señor desconocido, te digo: si tenés el espíritu y la voluntad regresarás y podrás saber de la presencia del Gran Abuelo, el que nos enseñó todos los conocimientos civilizatorios, entre otras obras del arte de la vida y del espíritu. 

     

    Le pregunté: ¿qué por qué me participaba de esos conocimientos, de esos asuntos tan delicados? Me contestó:  

     

    Bueno querido amigo, es que llegó el tiempo que debe conocerse lo que ha estado velado ante los ojos de todos; de dar a conocer lo  conocido desconocido.

     

    Nos fuimos, pero en el camino y en la tomada de café, donde hablamos del tema para el cual habíamos hecho la cita, no dejé de darle vuelta al asunto y me decía en el fuero interno, repetidamente, que al día siguiente, a primera hora, estaría de nuevo en la Iglesia de Capuchinas, con cámara, para testimoniar gráficamente lo que el Ajq’ij Cojtí me había mostrado y rebuscar e inspeccionar los otros retablos.

     

     

    Los Indicios de Q’ukumatz

     

    Cuando regresé a la Iglesia de Capuchinas, unos días después de las enseñanzas del Ajq’ij, tomé fotos del retablo de San Judas Tadeo, haciendo acercamientos a las secciones donde estaba la insólita imagen de Q’ukumatz.  Sin embargo, al intentar tomar una foto del conjunto de este retablo de inmediato llama la atención, en la parte superior, el remate que tiene el retablo. Ahí, de nuevo está patente la impronta de la cosmovisión de los pueblos ancestrales.   

    El decorado es una de la formas en las cuales la representación de la Deidad Q’ukumatz, se enseña en muchos lugares. Son las plumas que encarnan uno de los símbolos que arropan la imagen de la Serpiente Emplumada. Y para mayor sorpresa, se destaca  entre la corona de plumas y la pintura de la Virgen  los  ojos de  Q’ukumatz. Además, la pintura vista en el conjunto, da la exacta impresión de que la Virgen está emergiendo de la boca  de la Deidad, tal y como en las esculturas de Quirigua y otras partes se presenta a los personajes saliendo de las fauces de Q’ukumatz…

    El emplumado culminante del retablo es una réplica del emplumado con el cual se representa a Quetzalcóatl en infinidad de manifestaciones artístico espirituales.

      

    Por ejemplo, este penacho que lleva Quetzalcóatl deviene de Uxmal, realizado en el período llamado Clásico. Es decir, cerca de mil años antes de confeccionarse los retablos del Convento de Capuchinas en la Antigua Guatemala.    

     

    Así que la imagen de Q’ukumatz no solo está a los lados del Cordero de Dios, en el Retablo, sino también en la cúspide rodeando a la Guadalupana.

     

    Luego de esa impresión en el retablo de San Judas Tadeo, despacio, con aprensión, con cierta ansiedad palpitando en las sienes,  empecé a contemplar los otros retablos con la intención de descubrir  manifestaciones  de la cosmogonía indígena, sintetizada en el Dios-hombre,  que le dio humanidad a los seres devenidos del maíz, según  el Popol Wuj: Quetzalcoatl-KukulkulkanQ’ukumatz-Chimalkan   En medio de la contemplación de los retablos, se va imaginando los sucesos que llevaron a la confección de esas obras de arte.  Se rememora que allá por  los años  de 1700, luego que llegaron a España las noticias de los desastres de temblores que asolaron partes del entonces llamado Reino de Guatemala, unas monjas de clausura, de la orden de Capuchinas, hicieron gestiones para instalar en  la  capital de la Capitanía General, un convento e iglesia. Cinco monjas fueron designadas para  hacer realidad ese propósito: Sor María Luisa, Abadesa; Sor María Serafina, Vicaria; Sor María Bernardina, Primera Tornera; Sor María Mónica, Segunda Tornera; Sor María Magdalena, Maestra de Novicias. 

    En 1725 las intrépidas monjas se avientan por la mar-océano y llegan a estas tierras; ya para 1736 la obra del convento e iglesia estaba concluida. En diez años levantaron, sin duda, una obra maestra de la ingeniería y arquitectura de aquel siglo, además de lo monumental y enorme para albergar un máximo de escasas 26 monjas.  

    Pero la vida del convento e iglesia  quedó sellada con los terremotos de 1773 que destruyeron, no solo esta magnífica obra, sino toda la ciudad de Santiago. Solo 37 años fue el tiempo que estos edificios albergaron a las monjas enclaustradas. Como se sabe, este acontecimiento obligó el traslado de esa ciudad al valle que ocupa en la actualidad. 

     

    Dos años después de la destrucción del convento e iglesia de Capuchinas de Santiago, en 1775, se ordenó el traslado de la Orden de las monjas Capuchinas al nuevo asentamiento del Valle de la Ermita, lo cual conllevó el traslado los famosos retablos. 

     

    Según se cuenta en los anales de la Iglesia,  cinco fueron los retablos trasladados: el de Santa Ana, el de la Virgen de Dolores, el de San Antonio de Padua, el mencionado de San Judas Tadeo y el la Virgen de Guadalupe. Hoy está a la par del altar otro retablo dedicado a Santiago Apóstol.

     

    Contemplando los retablos uno se imagina el proceso que llevó su manufactura, los cientos de horas invertidos, la calidad de los artesanos-artistas llamados Imagineros- que intervinieron en el tallado, en el estofado, pintura; escogencia, secado, corte, tratamiento de maderas, sellado, encolado, amén de otros minuciosos trabajos que demandan el arte del retablo.

     

    Viendo estas exuberantes obras pasa por el pensamiento la estampa de Juan José de Mérida,  quien fue el encargado de dirigir la confección de los retablos. ¿Cuántos años trabajó éste señor en los retablos y cuánto tiempo duro en ello? no se sabe a ciencia cierta; lo que si se sabe es que debieron concluirse unos cuantos años antes del terremoto de 1773. También se sabe que este señor trabajo activamente en obras desde el año 1729, o sea unos 5 años antes de concluirse la construcción del convento e iglesia de Capuchinas en Santiago. 

     

    Al mismo tiempo el ensueño se posa en el trabajo de los imagineros indígenas, artistas que siguiendo los patrones del formato proyectado por  Juan José de Mérida, le impregnaban su propia maestría. Ve uno los grandes tablones de cedro recostados sobre los bancos de trabajo, ya cepillados y listos para que la gubia penetre sus entrañas; y ve a los talladores inclinados sobre la gruesa madera, dándole al formón con un mazo, arrancando viruta a viruta, astillas, que le van dando forma a los diseños preconcebidos que se tallarían.  Se figura uno, el chuchicheo de los tallistas sobre el tablón, plasmando dentro del diseño concebido por Juan José de Mérida, sus propias concepciones cosmogónicas. Los imagina comunicándose en kaqchikel, intercambiando ideas en kaqchikel -idioma que no entendían los criollos- para que utilizando el molde español-criollo, del estilo barroco-churrigueresco, crearan las representaciones de sus propias Deidades.  

     

    Dichosamente, se dice uno observando los retablos, que en el momento de su confección estaba de moda ese estilo Churrigueresco, porque éste estilo es mucho más abigarrado que el clásico barroco, sobre todo en la retablística, donde se maneja con profusión las formas lineales curvadas y retorcidas, dando la sensación de un perenne movimiento, al mismo tiempo que refleja un ambiente de apabullante riqueza y poder. Lo ornamental, es lo que predomina en la edificación, de otra manera o en otro estilo retablístico, muy difícilmente se hubiera podido -aunque no imposible para la imaginería del artista indígena- incorporar las imágenes de sus Deidades, en un retablo dedicado al culto católico. 

    Viendo tal prodigio artístico-conceptual, de inmediato le corre por la piel el estremecimiento del peligro, del riesgo sobre la vida de estos imagineros indígenas, porque sí los curas, o el mismo Juan José de Mérida, se hubieran dado cuenta del artificio e ingenio cosmogónico imbricado en los decoraciones, no solo hubieran destruido los retablos como obras del demonio, sino además, los artistas indígenas hubieran sido enviados a la hoguera por la llamada Santa Inquisición y sus familias desterradas, en el mejor de los casos.   Queda uno más que sorprendido, perplejo, al ver la dimensión de tal hazaña, porque en todo ello hay una mezcla de ingenio, de sutileza, de perspicacia, inspiración, inventiva, espíritu de trascendencia, ethos clarividente , tesón y una valentía que, en cada martillazo o empuje de la gubia sacando el bocado de la madera, rayaba en la temeridad. 

    Mucho más congoja, zozobra, sobresalto, sospecha uno, debe haber causado cuando las monjas y curas llegaban a ver los avances del trabajo, o cuando el mismo encargado de las obras se posesionaba a la par, inspeccionando los avances de las entretallas, los labrados y esculpidos del día.

    Mientras esos pensamientos se deslizan por la mente, como un torrente entretejido de imágenes de viruta, talladores, garlopas, monjas, Juan José de Mérida, canteros  carpinteros,  pintores, trabajando en un gran  salón del Convento de Capuchinas de Santiago, estaba viendo el retablo de San Judas Tadeo, donde el Ajq’ij  me relató su encuentro con el Señor Desconocido.     De repente. Como sintiendo un golpe en la frente, repentinamente vislumbré, adiviné, otros detalles que complementaban las imágenes de Q’ukumatz, ubicadas arriba, a derecha e izquierda de la imagen de Q’ukumatz.

    El detalle, o los detalles sospechados por la visión, son de nuevo como un golpe a la conciencia, al espíritu, al raciocinio. El descubrimiento del simbolismo cosmogónico estremece el ensueño, porque desde siempre han estado ahí, sin que la conciencia los devele. 

    Es lo conocido desconocido. 

    Tan evidente es la presencia de la Deidad cosmogónica, que sencillamente, el mismo subconsciente lo niega, porque si no lo negara, la conciencia religiosa tradicional se trastornaría en el común de los creyentes. 

    Sorprendentemente, la alegoría de Q’ukumatz está en las columnas que encuadran las dos pinturas ubicadas, justamente, sobre la imagen de Q’ukumatz que está en la parte inferior del retablo de San Judas Tadeo 

     

    La columna está torneada de tal manera, que viéndola en el conjunto del retablo y obnubilada por el dorado, se pierde el detalle de la figuración de la Serpiente Emplumada que se eleva desde una base que tiene la forma como de un jarrón. La boca del Jarrón es también la estilización de la Serpiente, de Q’ukumatz, solo que desarrollada la talla, en forma horizontal.

     

     

    El jarrón se asienta sobre una base clásica, pero a partir de ahí, sorprendentemente, empieza el simbolismo figurativo de la Deidad. De esa base surgen las plumas y brotando de esa corona de plumas, van saliendo, elevándose en parejas y en forma ascendente, la inconfundible representación estilizada del quetzal: cola, cuerpo-pecho y cabeza. Es más notorio en la primera talla, pues en las que siguen, por la composición y forma del jarrón, pierden parte del plumaje de la cola; en lo demás, sigue el mismo patrón del tallado del quetzal. Es conmovedor, encontrar quetzales dentro de la talla porque, sin duda, es una de las figuraciones con la cual se identifica la Deidad; la otra, la serpiente que está enroscada en la columna. 

    No se ha salido de ese asombro, cuando de golpe se descubre que todo el tallado de la columna y jarrón se asienta sobre un penacho de plumas, el cual emerge de unas hojas de milpa,  cuyo fruto, sabemos, constituye la carne y espíritu del hombre maya: los seres de maíz. A su vez, la planta se sostiene, sobre una calza de tierra al pie de la mata, tal y como se siembra y cultiva el maíz hasta nuestros días. O sea, el conjunto de hojas del maíz, penacho, quetzales y serpiente, se levanta desde su origen: la Madre Tierra; El Corazón de la Tierra, según la cosmogonía maya. Son los atributos de las energías cosmogónicas plasmadas, talladas, visibles y veladas, en esta parte del retablo


     

    Al retirarse de la cercanía del detalle y darle un vistazo a todo el retablo, llama la atención el labrado que le sirve de marco a la estructura: figura el trenzado de palma con el cual se elaboran los petates; y como sabemos, el petate, es el elemento simbólico de donde emana y sostiene la autoridad. Culmina la alegórica estera, en un penacho de Quetzalcóatl, que a su vez, es la corona de la Virgen de Guadalupe, también llamada Tonantzin.  

     

    Plantado delante del enorme retablo, observando el conjunto y los detalles, parece increíble que toda esa simbología representativa de la Deidad fundante de la humanidad, en la visión cosmogónica de los pueblos originarios, este ahí visible ante los ojos de los que tengan la disposición interior y reflexiva de verlos, y velados, para aquellos que miran la magnificencia del oro, las pinturas en los nichos, la rica parafernalia de la obra escultórica retablística.  

     

    Entonces, me asaltó la idea de que en los otros retablos podrían haber representaciones,  íconos, de los Dioses ancestrales indígenas, mezclados con imágenes y pinturas cristianas. En ese momento me vino a la mente una frase, o sentencia, que me dijo la antropóloga especializada en símbolos, Luisa Paz:

     

    Una vez que una persona se inició en la lectura y comprensión de los Símbolos Sagrados no volverá a ver nunca de la misma manera que lo hizo antes. 

     

    Con ese dilema y un sentimiento insospechado ante la incertidumbre de lo desconocido, caminé hacia el fondo de la iglesia, al lado del altar, donde se ubica el retablo dedicado a Santiago Apóstol. 

     

    Los retablos son inmensos, miden cinco metros de ancho por seis metros de alto, o sea una superficie de treinta metros cuadros totalmente tallada y dorada, con imágenes y pinturas  de santos y vírgenes. Sondear, escrutar, rasguñar visualmente cada metro cuadrado de arte, lleva tiempo, paciencia y una disposición anímica interior reposada, contemplativa, para adivinar, o sospechar algo inserto, no convencional, en el orden y forma católica. La iglesia de Capuchinas, como todo lugar de recogimiento espiritual, proporciona ese ambiente que induce a la sensación de paz interior, que acerca a la espiritualidad, a una delicada sensorialidad que algunos entendidos llaman “Conciencia Acrecentada”, algunos otros, “La Segunda Atención”. 

    Me paré delante del retablo por largo rato, escrutándolo con la esperanza de encontrar otra expresión de la cosmogonía indígena, tal como lo había advertido el Ajki’j Cojtí.  

     

    Donde creía haber encontrado algún significado, o tenía un sentimiento indescifrable de atracción, de afectación en las impresiones, miraba y remiraba, veía y reveía ese espacio y sus contornos.  Sin embargo, ningún espacio del retablo mostraba signos similares a lo visto en el de San Judas Tadeo. El retablo muy bien tallado, sí, pero no había nada fuera de la homogeneidad; ni lo reticular, que le sirve de fondo a la escultura de Santiago Apóstol cambia la visión. Todo indicaba que el retablo difería con el estilo del tallado de los otros  retablos que, se certifican, fueron traídos de Santiago de los Caballeros –Antigua- después del terremoto de 1773.

     

    El siguiente retablo a examinar fue  el dedicado a la Virgen Dolorosa.

     

    Este es un gran retablo que tiene una dimensión de cinco metros de ancho por seis de alto, con una profundidad que llega a los cincuenta centímetros. Todo dorado, con la imagen de la Dolorosa en bulto, finamente estofada, rodeada de cinco oquedades con pinturas alusivas a la pasión de Cristo.  

     

    El tallado es más simple que el de San Judas Tadeo, de manera que el examen de sus partes, es menos complicado, porque el tallado se destaca en espacios semivacíos,  planos, que lo resaltan.

     

    Digamos que la combinación entre espacios vanos-planos y tallas, muy difícilmente, hubiera permitido velar elementos cosmogónicos indígenas. Sin embargo, no deja de fascinar encontrar elementos que en el retablo de San Judas Tadeo se aprecian desarrollados, como las partes talladas en una especie de espiral, de parte final de la cola de serpiente; forma constitutiva –sine qua non- de la representación de Q’ukumatz. Se percibe, se advierte, como sí en este retablo los artistas indígenas, los imagineros talladores, empezaron a probar las posibilidades de trabajar encubiertamente la imaginería de su cosmovisión. Estas insinuaciones escultóricas, se notan, se aprecian claramente, en la parte baja que sostiene la imagen de La Dolorosa y en los ornamentos tallados que rodean las tres pinturas en la cúspide del retablo.

     

    El otro gran retablo de Capuchinas, es el dedicado a Santa Ana -la madre de la Virgen María- que fue elevada a los altares en medio de una polémica, porque según se cuenta en la tradición cristiana, su historia arranca de los Evangelios Apócrifos, los cuales no son admitidos por la Iglesia Católica como los Libros Canónigos. El problema fue que ella y su esposo Joaquín no podían tener hijos y eso era considerado en esos tiempos como una maldición. Entonces, Joaquín avergonzado, se fue al monte a ayunar cuarenta días y cuarenta noches –igual que Jesús su nieto- pidiendo a Dios le diera un hijo, mientras en su casa, Ana lloraba desconsoladamente. En esas estaban, cuando apareció un ángel con un recado del Señor – cuenta la leyenda- diciéndole a Ana que sus ruegos fueron escuchados y que tendrían descendencia; así quedó preñada por la gracia de Dios, sin intervención del marido, igual que María su hija, de Jesús, algunos años después.  A los nueve meses Ana dio a luz a María y como había sido un milagro el embarazo, fue consagrada a Dios en el templo. A los doce años María, siendo todavía una niña, sale del templo y la casan con José. Así Ana, según esta historia del catolicismo, tendría el mismo rango que María; de allí la devoción implantada por la liturgia católica y el retablo de Capuchinas.

     

     

     

    El retablo es una obra de las mismas dimensiones que las anteriores: cinco metros de ancho, seis de alto; profusamente decorada en el puro estilo churrigueresco.  Ya la simplicidad del diseño del anterior retablo desaparece, dando lugar a una explosión de formas: rebordes, cenefas, festones, vueltas, curvas, risos, roleos,  arabescos; y curiosamente, aparecen en abundancia volutas, o espirales, que es la forma básica del diseño de la Serpiente Emplumada.

     

    En medio de la inmensa multiplicidad del decorado, se destacan al menos dos improntas de la cosmogonía ancestral indígena: una, es la evidente corona de plumas que se sobrepone  rodeando la testa de Santa Ana,  pero que sin la acuciosidad del ver los detalles por secciones, queda velado dentro del colorido de la imagen, el tallado y dorado del resto de la hornacina donde está colocada. La segunda impronta, está colocada en la cúspide del retablo: se trata de una ornamentación similar a la que se encuentra coronando el retablo de San Judas Tadeo, solo que en este caso comprende los ojos, las plumas y los otros elementos de la metamorfosis de Q’ukumatz.

     

    Viendo la magnificencia del arte, la evolución que hay en la confección del retablo no deja uno de admirar lo extraordinario de aquellos artesanos-artistas indígenas que con un dominio virtuoso de las técnicas del tallado, lograron componer tal armonía de formas, donde sus creencias ancestrales quedaron repujadas para  que las generaciones venideras pudieran contemplarlas y ofrendarles. 

     

    Desde el punto de vista de la representación simbólica de atributos cosmogónicos, este retablo se siente como si fuera el paso siguiente en adaptar la técnica y el estilo de barrocochurrigueresco, a los fines de la resistencia cultural y espiritual de los pueblos ancestrales. Ya no son solo las insinuaciones de las colas de serpientes, o de volutas solitarias en el contexto, como en el retablo de La Dolorosa, sino formas claras de la manifestación de la Deidad mediadora entre los Dioses formadores, el Corazón del Cielo, el Corazón de la Tierra; Alom, K’ajolom; Tz’aqol, Bitol…. y los hombres de maíz. 

     

    De pie, pegado a la pared opuesta, viendo la composición, queda uno abrumado al entender la magnitud de la convicción moral-espiritual de esas personas anónimas, de esos artistas ignorados por la historia, que lograron en medio de la abyecta represión cultural y religiosa colonial -arriesgando sus vidas y las de sus familias- dejar a la humanidad, a la posteridad, señales de su manantial místico, de las creencias de su raza, de su identidad étnica.

     

    Con la pesadumbre del peso de historia negada y con la certeza de que los retablos enmascaraban raíces de mundo cosmogónico ancestral indígena, comencé a ver el retablo dedicado a San Antonio de Padua. Con las mismas dimensiones, de cinco por seis metros, el tallado es menos enrevesado, con ornamentación lineal en las secciones horizontales que dividen el retablo y columnas que dan la sensación de mayor tamaño. 

     

     

    Todo dorado y pomposamente decorado, la mirada normalmente se fija en las 5 pinturas ubicadas en los vanos que rodean la imagen, en bulto, de San Antonio de Padua. Esta imagen, ubicada en la parte central del retablo, ocupa una hornacina laboriosamente tallada, que hace resaltar la escultura del santo, bellamente esculpida y estofada, con el niño en su brazo.  

     

    Extasiado en la contemplación de San Antonio, mirando -desde un par de metros abajo- la delicada pintura de su rostro, se intuye que la hornacina es una especie de cueva de donde surge la imagen de San Antonio como si fuera caminando hacia el exterior, al encuentro de la gente.  

     

     

     

    Retirándose unos metros para apreciar mejor el conjunto, se revela la imagen estilizada de Q’ukumatz, justamente arriba de la cabeza del santo; inconfundible, los ojos de la serpiente con la boca abierta cuya cavidad crea la cueva-hornacina. Arriba de los ojos, tallas de colas de serpiente cascabel, otro de los significados de la Deidad. 

     

    Como una estampa quedó impresa en la mente la alegoría, porque de inmediato se traslapó en el imaginario, el rostro de la Deidad de un jarrón encontrado en las excavaciones Templo Mayor de Tecnochitlán, en el DF de México. Dicen los del museo, de esta escultura que: 

     

    Está formado por dos serpientes estilizadas que forman los ojos y dan a la nariz un aspecto retorcido. Al enfrentarse, las fauces de las dos serpientes dibujan una boca. 

     

    Ojos, colmillos, boca, corona serpenteada, son casi un calco de una a otra representación de la Divinidad.

     

    ¿Qué duda cabe? ¿Qué duda cabe? me repetía una y otra vez, extasiado y asombrado por la maestría de los imagineros-talladores para poner frente a los ojos de todos, la simbólica de su cosmovisión. 

     

    Durante tres siglos lo revelado  ha estado velado, y ahora, me decía: gracias a los designios del Ajq’ij y del Señor Desconocido, lo velado es revelado, o, como el mismo dijo: 

     

    Es el tiempo que se conozca lo desconocido.

     

    La poca luz que ingresaba al interior de la iglesia, le daba a las filigranas de retablo y a la imagen de Q’ukumatz rodeando la escultura de San Antonio, un aire de contingencia, de fuerza desconocida, de energía misteriosa que conmueve  los cimientos de la razón.  La imaginación voló a los grandes espacios de las plazas donde el fuego del pom, la brea, la miel, el ocote, la cera, se elevaba iluminando las pirámides-templos desde donde los Ajq’ij’a invocaban a los Creadores, a los Formadores, a Quetzalcóatl, a Tonantzin…  

     

    Sumergido en el imaginario del fuego estaba, cuando tomé conciencia de que me encontraba en el atrio; entonces salí a la calle. Solo faltaba ver el último retablo, el dedicado a la Virgen de Guadalupe. Será otro día, me dije: por hoy, lo visto, lo vivido, ha sido  inconcebible… y comencé a caminar con la mirada en el horizonte, viendo las revelaciones.

     

     

    El Retablo de

    Q’ukumatz-Tonantzin Guadalupe

     

    Fue una mañana luminosa cuando me paré frente al retablo de la Virgen de Guadalupe, el único que no había visto detenidamente. En la iglesia no había gente, todo era silencio, solo algunas velas movían su fuego imperceptiblemente en el altar.  La luz de la mañana entraba por las claraboyas iluminando los retablos del lado izquierdo de la entrada, mientras los de la derecha quedaban en una tenue penumbra. El retablo de la Virgen de Guadalupe está a la entrada del templo, a mano derecha y frente al de San Judas Tadeo; en el espacio crepuscular del recinto. 

    Entre la opacidad del rincón y los claroscuro de la filigrana dorada que tachona toda la obra, se tiene la impresión de estar ante el más grande de los retablos;  no solo  por su forma, sino porque es, efectivamente, un tanto más espacioso que los otros, mide: cinco metros de ancho por seis y medio de alto.

    Y a diferencia de los otros retablos, este no tiene imagen de bulto en su parte central, sino una pintura -en lienzo sobre madera- de la Virgen de Guadalupe.  Otra notable diferencia es la forma, porque mientras los otros retablos son planos, en este, los lados están colocados en ángulo, de manera que la pintura central de la Virgen, queda unos setenta y cinco centímetros delante de las pinturas laterales. 

     

     

    Embelesado estaba en las formas y diferencias del retablo cuando sentí, en la espalda un leve toque, al mismo tiempo que una voz, un susurro,  me decía: ¿Cómo estás?  Una brusca sacudida me recorrió el cuerpo; di un respingo hacia atrás girando al mismo tiempo hacia donde surgió la voz;  en esos instantes, entre la sorpresa y la toma de conciencia del momento, me tope con una apariencia obscura. 

     

    Tranquilo, soy Cojtì -me dijo- ¿te sorprendí…. ¿No me esperabas, verdad? 

     

    Pues… no -le dije todavía sorprendido- ¿Y cómo supo que estaba aquí? -le pregunte-.

     

    Solo supe que estarías acá hoy y vine a verte.

     

    Pero ¿cómo supo, si yo hasta hoy en la mañana decidí venir? 

    Bueno -me dijo- deberías de saber que uno sabe sin que le digan a uno. Vine porque sabía que acá ibas a estar.

     

    ¿Pero cómo sabía que iba a estar a ésta hora y no por la tarde por ejemplo? Le comenté

     

    Porque los Ajq’ij, sabemos…. Es como eso que muchos llaman “sexto sentido”, pero que no es otro sentido, sino un conocimiento que le llamamos Voluntad; algo en el cuerpo te lo dice, entonces ves y sabes: es tu Voluntad que se manifiesta. Todos nacemos con ese conocimiento, con esa Voluntad, pero conforme creces y pasan los años, el individuo lo pierde por las rutinas  que las gentes se ven obligadas a acatar, para poder sobrevivir en el mundo cotidiano. Pero la gente no pierde totalmente esa Voluntad, y sin embargo, no saben que la tienen; por eso, cuando se patentiza ese saber, para explicárselo, dicen que es el sexto sentido y que ese sexto sentido se les presenta de vez en cuando; o sea, cada vez que no saben cómo  explicar un suceso inexplicable, se lo achacan a ese famoso sexto sentido….

     

    Luego de una pausa, esperando que le hiciera algún comentario, siguió diciendo:

     

    Los Ajq’ij tenemos eso que la gente común llaman sexto sentido…. Digamos…. todo el tiempo;  por eso, lo que para otros parece inexplicable, para los Ajq’ija’ es parte de su cotidianidad: lo viven todos los días, todo el tiempo. Viven al mismo tiempo, o alternativamente si querés, en el mundo cotidiano y en mundo extraordinario de la Voluntad.…”del sexto sentido” –dijo haciendo con los dedos el entrecomillado- todo el tiempo. Por eso sabía que hoy, a esta hora, ibas a estar acá. 

     

    Viéndome, con una sonrisa traviesa, astuta, me dijo…: 

     

    No sé por qué te sorprende lo que te digo. 

     

    Todavía quedé más turbado con la explicación, porque en mi mundo, sucesos como ese, solo podían ser obra de la casualidad, de lo fortuito y no de no de un conocimiento que conociera, lo ignoto, de antemano. 

     

    Hay cosas que la razón no puede explicar, o comprender, o entender, pero suceden y son tan reales como las que decimos que son reales; la razón está conectada con el habla, pero la Voluntad, lo está con el saber, con el ver… Bueno -dijo-.este es un asunto que compartiremos en otro momento….

     

     

    Como seguía estupefacto y no salía del asombro, me indicó: No soy un fantasma…. dame la mano….-le di, incrédulo, efectivamente la mano-  ves, soy de carne y hueso….  apuntó, riéndose como estuviera haciendo una travesura. Sentí un leve roce, tal como cuando un campesino da la mano, apenas perceptible, más una sensación que algo consistente.

     

    Sé que has venido a ver los retablos como habíamos platicado y te advierto que no me lo contó el sacristán –asintió con una risa circunspecta - ¿has visto algo? ¿has sentido o percibido algo?....

     

    Luego de unos momentos de reposición, le narré lo que había visto en cada uno de los retablos que había examinado. Le conté con detalle lo que  vi en los retablos de Santa Ana, en el de La Dolorosa, en el de San Antonio y  de las otras revelaciones que había encontrado en el de San Judas Tadeo, como los quetzales en el jarrón. Luego le dije qué algo que me había realmente sorprendido, era la similitud de la tallada en la parte superior de la cabeza de San Antonio y la cerámica encontrada en México, en las excavaciones del Templo Mayor de la antigua Tenochtitlán: son casi idénticas las representaciones de Q’ukumatz -le comenté- describiéndole los detalles de ambas representaciones.

     

    No tiene nada de extraño -manifestó- pues al final los aztecas y nosotros los mayas, tenemos el mismo origen, usamos los mismos calendarios, hacemos los mismos números y tenemos los mismos Dioses…. para decirte algo fundamental que tenemos en común….Los artistas aztecas y mayas tienen los mismos principios y la misma cosmogonía…. Entre la confección de los retablos y los de la vasija no medían ni trescientos años-apuntó con toda seguridad- Ponte a pensar, que cuando el Señor Desconocido me indicó lo de Q’ukumatz en el retablo de San Judas, y yo lo vi, al rato me pasó por la mente la representación de la que había visto en Kaminal Juyú.

     

    Entonces, me pidió un papel. Le di una libreta y él sacó un lápiz pequeñito y  comenzó  a dibujar lo que él vio en la estela de Kaminal Juyú. Primero hizo los trazos de la Deidad, en la parte superior de la libreta,  indicándome el parecido con la talla de la cabeza de Quetzalcóatl en el retablo.

     

     Esta estela es por lo menos mil años más vieja que los retablos y como ves, es la misma imaginaria. El diseño está en la parte baja de la estela.

     

    Aseguró, dibujando un poco más abajo el contorno de la estela. 

     

    Es como la Cruz Maya, que muchas veces se representa así: 

     

    Y trazó, a la par de la estela, una cruz con tres círculos que según convino, eran los ojos y la boca de Q’ukumatz. 

     

    Claro, comprenderás, esto es un esquema dibujado al pulso….  la idea es esa. Imagínate que sí los mayas de Kaminal esculpieron a Q’ukumatz,  por lo menos, mil años antes que vinieran los invasores españoles a destruir Tenochtitlán, ¿cómo no va haber manifestaciones más recientes, como la realizada por los imagineros indígenas en estos retablos? -y añadió- No pudieron, ni han podido, borrar más de  cuatro mil años de memoria histórica…. a fuerza de negar, con la espada, con la cruz cristiana, con su  cultura, la  cosmogonía del pueblo maya…. no han podido borrarla…. ni podrán….

     

    Sentenció, quedándose con la mirada en el espacio, pensativo, sin ver; con un sentimiento de evocación reflejado en su rostro.  A lo mejor repasaba la tres veces milenaria historia del pueblo kaqchikel; acaso rememoraba la gloriosa insurrección del pueblo kaqchikel en tiempos de Kaji’ Imox y B’elej’e  k’at, o la más reciente de los años ochenta del siglo pasado. Quién sabe, la cuestión es que después de un silencio apacible, despacio, como arrastrando las palabras siguió diciendo:

     

    Cuando vine a trabajar acá, hace más de treinta años, la primera restauración que hicimos fue en el retablo de San Judas Tadeo. Lo hicimos desarmado totalmente y luego lo  armamos conforme las partes se iban limpiando, cepillando, bruñendo, pintando. Fue un trabajo arduo, minucioso, porque estaba muy dañado el retablo…. -entonces, metió la mano en el morral, rebuscó, palpando rápidamente y sacó un papel amarillento- Te traje una foto de cómo estaba el retablo para que te dieras una idea del trabajo que realizamos.... -dijo, mientras mostraba una foto del retablo; la imagen la había visto en la investigación de Teresa Jiménez Ramírez sobre Capuchinas- Esperó que apreciara la foto y prosiguió:

     

    Cuando terminamos este retablo y empecé a trabajar en el de la Virgen de Guadalupe, fue cuando apareció el Señor Desconocido que me compartió lo que te comente la vez pasada. Trabajaba en el de la Virgen, pero sentía un extraño estremecimiento en las entrañas, un desasosiego de una presencia intangible…. y no dejaba de ver, furtivamente, a Q’ukumatz, en el de San Judas.

     

    Cada gurbiazo, cada pasada de lija por los contornos, o cada vez que soplada  el polvo, o la diminuta viruta del retablo de la Virgen de Guadalupe, sentía que algo había ahí. De alguna manera percibía que en ese retablo también estaba la impronta de los abuelos imagineros y de nuestros Dioses ancestrales, pero no lograba verlo porque trabajábamos en las partes y el conjunto no lo veíamos. El corazón me decía que ahí estaban nuestras Deidades. Yo sabía, porque un Abuelo  contaba que la Guadalupana, era la suplantación que habían forzado los curas de la Diosa Tonantzin, la Madre de todos los Dioses de nuestra cosmovisión;  decía que los mexicanos la nombraban como Tonantzin-Guadalupe: Madrecita Tonantzin-Guadalupe… ese Abuelo contó que él estuvo en el Tepeyac y que vio a Tonantzin…

    Me miró con una profunda mirada, intensa, queriéndome dar a entender que estaba frente a un retablo donde la impronta de la cosmovisión de su cultura estaba inoculada en los meandros retablísticos de la Guadalupana. Pero yo estaba pensando, en cómo haría ese abuelo para llegar hasta México, porque haciendo cuentas mentalmente, el viaje debió haberlo realizado a finales del siglo antepasado o a principios del siglo pasado. En todo caso, era una posibilidad difícil, sino imposible, por lo lejos, por los caminos que más eran veredas, por el transporte, y más para un indígena, campesino, de un pueblo remoto de Chimaltenango.

    Seguramente tenía cara de incredulidad, o bien me leyó el pensamiento, porque luego de una pausa siguió comentando: 

     

    El  abuelo, era un Ajq’ij muy conocido en toda la región: curaba el cuerpo, los corazones y la cabeza; siempre había gente en su casa que llegaban a contarle sus asuntos, o a consultarle sus problemas, o a compartir sucesos o historias. Yo era niño pero recuerdo que al caer la tarde, en la cocina, a la luz de fuego,  contaba historias, muchas historias,  que a su vez, decía él, se las habían contado sus abuelos.  El Abuelo –siguió contando- era un Ajq’ij de Vara Pesada, muy pesada pienso ahora; otros Ajq’ij venían a pedirle consejo; por eso digo que tenía la Vara Pesada; era un hombre de conocimiento…. era sabio….  

     

    Se quedó unos momentos en suspenso, como repasando aquellos momentos ligados al abuelo; luego me miró directamente a los ojos y con una sonrisa de inocencia comentó:

     

    Nunca le pregunté cómo se fue a ver a Tonantzin-Guadalupe…. era un niño…. pero sabía que el Abuelo nunca mentía, ni inventaba cosas, ni hacia fantasías. Así que pensándolo ahora: tal vez se fue a pie… o tal vez un ladino le dio un jalón en su carro soltó guasonamente- o…. ¡¡se desdobló!!.... y…. simplemente se fue para allá….

     

    Dijo con gran circunspección mirándome fijamente…. ¿Cómo así Tata, qué se desdobla? ¿o sea, que se hace dos, siendo uno, como se desdobla un papel? le pregunté totalmente sorprendido.

     

    Bueno, -dijo- solo que la hoja de papel se queda en el mismo lugar, y un Ajq’ij puede “volar” a cualquier parte…. claro -enfatizó-  no todos los Ajq’ij logran esa proeza; solo pueden dominarlo aquellos  Ajq’ij, que llegan a tener  La Vara Muy Pesada: solo ellos, poquísimos, tienen  el don, el poder, la Voluntad, de desdoblarse; de estar en dos sitios al mismo tiempo;  de estar en los lugares, momentos y tiempos que crean deban estar sin dejar de estar donde están….

     

    Hizo otra pausa, miró hacia el retablo a modo de penetrar cada uno de sus espacios, ribetes, cenefas, orlas, filigranas y cuando posó sus ojos en la pintura de la Virgen de Guadalupe comentó con una voz profunda:

     

    Esos asuntos sólo se pueden atestiguar, porque están fuera de la lógica, de lo “racional” -dijo moviendo los dedos para entrecomillar la palabra  poniéndola en duda- Es el poder del Nawal del Ajq’ij, no la del entendimiento habitual de la gente….la racionalidad con la cual pretendemos explicarnos todo, y al final, no entendemos nada, o casi nada. 

     

    En ese momento, me atravesó por el cuerpo la sensación escamada de una sombra inaprehensible que rondada en el espacio umbroso de la iglesia, donde estábamos parados, contemplando el retablo. Así, cuando el laberinto de ideas y sentimientos se me intrincó, mi razón recobró aliento y mecánicamente recurrí a decirle al Ajq’ij, qué pensaba que la dualidad aparente de Tonantzin-Guadalupe planteada en los siglos XVl y XVll, realmente no existía, porque para el mundo indígena y mestizo de México, entonces llamada Nueva España, simplemente Guadalupe era otro nombre y otra representación de la Diosa Tonantzin. 

     

    Esto  -le dije- quedaba claro en un texto de un cura llamado Bernardino de Sahagún que había levantado una monumental obra de antropología, etnología, historia, medicina, religión, astronomía, fauna, flora y muchas otras temáticas de la cultura Náhuatl, recién derrotados los indígenas en Tenochtitlán. 

     

    Sahagún, apoyado en Ajq’ij’a náhuatl -que seguramente tenían el propósito de  consignar su cultura, ante la destrucción general realizada por los invasores- le habían trasmitido, tanto por escrito como verbalmente, toda esa información. Hice esa alusión para comentarle que este cura había consignado, hasta con disgusto,  esta relación Tonantzin Guadalupe: 

     

     

    “Cerca de los montes hay tres o cuatro lugares donde se solía hacer muy solemnes sacrificios, y que venían a ellos desde muy lexas tierras. Uno de estos es aquí en México, donde está un montecillo que se llama Tepeácac y los españoles llaman Tepeaquilla, y agora se llama Nuestra Señora de Guadalupe. En este lugar tenían un templo dedicado a la madre de los dioses, que la llamaban Tonantzin y que quiere decir Nuestra Madre. Allí hacían muchos sacrificios a honra de esta diosa. Y venían a ellos de más de veinte leguas de todas las comarcas de México y traían muchas ofrendas. Venían hombres y mujeres, mozos y mozas a estas fiestas. Era grande el concurso de gente en estos días, y todos decían Vamos a la fiesta de Tonantzin.

     

    Y agora que está allí edificada la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, también la llaman Tonantzin, tomada ocasión de los predicadores que a  Nuestra Señora, la Madre de Dios, llaman Tonantzin. De dónde haya salido esta fundación de esta Tonantzin, no se sabe de cierto;  pero esto sabemos cierto que el vocablo significa de su primera imposición a aquella Tonantzin antigua, y es cosa que se debería de remediar porque el propio nombre de la Madre de Dios, Santa María, no es Tonanzin sino Dios inantzin (Madre de Dios…) Y vienen ágora a visitar a esta Tonantzin de muy lexos, tan lexos como de antes”  

     

    La primera vez que estuve en México fue a finales de los años ochenta exteriorizó el Ajq’ij, después de oírme-, y rememorando al abuelo visité a la Abuela Tonantzin, nuestra Madrecita. Igual que mi abuelo me contó, así fue como vi todo aquello. Yo estaba intrigado con eso de Tonantzin-Guadalupe, entonces le preguntaba a la gente que llegaba al santuario: ¿dónde puedo ver a la Patrona Tonantzin? y todos me decían: ve ahí -me decían señalando la iglesia- es la Virgen de Guadalupe. Como ponía cara de incredulidad, luego me decían: es la misma, es Tonantzin-Guadalupe. Y hubo una señora que me dijo, no se me olvida, me quedó grabado: La Tonantzin del Tepeyac atrae a la mayor cantidad de peregrinos, con sólo decirle que todos los años más de veinte millones llegan a verla ¡ninguna otra Madre en el mundo tiene tantos hijos!

     

    En México, sin duda es así la devoción –le acoté al Ajq’ij- es una deidad ancestral indígena a la que le rendían fervores, fidelidades, veneraciones desde miles de años antes de que los invasores españoles destruyeran el templo de  Tonantzin en el cerro Tepeyac. Sin embargo, como la gente seguía acudiendo a invocarla ahí, entonces los curas españoles montaron la argucia de la aparición, a un indígena, de la Virgen de Guadalupe. Pero, a fin de cuentas es una virgen castellana del siglo Xlll aparecida, según la leyenda, a un campesino de Extremadura, lugar de donde provenían la mayoría de los invasores españoles. Todos estos invasores, incluyendo a Colom, eran devotos de esta virgen; el mismo Colom le puso a una de las primeras islas que arribó, Guadalupe. 

     

    Bueno, a lo que iba y me perdí en esta historieta -le expresé-  es que el culto a Tonantzin Guadalupe nunca tuvo acá, el mismo significado que en México. Acá, como bien lo analizó Arturo Taracena en un pequeño ensayo sobre la Guadalupana -publicado en la Revista Estudios Interétnicos del IDEI- la Virgen de Guadalupe fue y es una deidad criolla y ladina y no de todos los pueblos, ni de todos los estratos sociales, como en México. Fíjese Tata -proseguí- que Taracena, afirma  que desde trajeron el culto de la Guadalupana a Guatemala, fueron los criollos como los Aycinena, Arrivillaga, Jáuregui, obispos de la misma raigambre, los que hicieron suyo el culto a la Guadalupana; inclusive -seguí relatándole- cuenta Taracena, que uno de esos obispos declaró el 12 de diciembre el día para festejar a la Virgen: pero cáigase de espaldas: ¡¡solo para criollos y ladinos!! Los indígenas tenían la obligación de trabajar ese día y en consecuencia, quedaron excluidos del culto y del imaginario guadalupano. ¿Qué le parece? 

     

    Así es, nosotros nunca participamos en la honras y hasta hoy día vemos que son los ladinos los que visten a sus hijos pequeños de indígenas el 12 de diciembre, sobre todo aquí  en la capital, imitando al indígena a quién se dice le apareció la Virgen. Los grandes no se disfrazan de Diego para ir al Santuario y visitar a la  Guadalupana. Curioso, no crees….

     

    Eso mismo dice Taracena en ese ensayo que le cuento -le manifesté – 

     

    Todo esto que hemos platicado, era lo que me causaba escozor cuando estaba trabajando en este retablo. Porque como te dije, tenía la tradición del Abuelo, pero nosotros los indígenas no teníamos acercamiento a su culto; no teníamos, ni la mayoría tenemos ahora,  conocimiento de la historia de la transfiguración de la Madre de todos, Tonantzin, en Guadalupe…. Creo que al prohibir la participación indígena en el culto, trataron de eliminar el fervor a Tonantzin que custodia el fervor a Guadalupe en México. En México, son lo mismo Tonantzin y Guadalupe. Acá eliminaron, desaparecieron del imaginario a la Madre Tonantzin y dejaron solo la española  Guadalupe;  por eso es que aquí la Guadalupana no fue un credo de todo el pueblo; los mismos curas y las autoridades españolas y criollas destruyeron la devoción….  Por eso mismo, creo, que los españoles, los criollos y los ladinos, no consideraron la posibilidad de que nuestros Dioses estuvieran conteniendo  las imágenes, los símbolos cristianos en los retablos…. Creo que ni siquiera se les ocurrió, ni se les ha ocurrido…. dijo, soltando una contenida risita sagaz. 

    Varios meses -prosiguió- trabajé en el retablo de la Virgen de Guadalupe con el gusanito metido y viendo a nuestro Dios-Ajq’ij Q’ukumatz  en el retablo de San Judas Tadeo. Pero como íbamos trabajando por partes, no veía nada. Fue hasta que unimos, armamos, todas las partes del retablo que la visión de cosmogónica del Abuelo Q’ukumatz y de la Abuela Tonantzin-Guadalupe se me hizo patente.

     

    ¿Y qué vio? Le pregunté de inmediato al Ajq’ij…. ¿Y tú qué ves? Me dijo como respuesta.

     

    Porque lo importante es lo que ves tú y no lo que vea yo. Yo ya lo vi….hace más de treinta años.  No mires, solo ve -me conminó- porque en el retablo están los símbolos cosmogónicos ancestrales.

     

    Sin desprenderme la mirada, como titubeando sí decir algo, o no, me atrapó con una pausa que parecía interminable; al cabo por fin habló:  

     

     Pero antes quiero mostrarte a Tonantzin tal y como estaba en el cerro sagrado del Tepeyac.

     

    Hurgó en su morral y sacó una fotografía y mostrándomela prosiguió diciendo: 

     

    Esta es la representación, la efigie de nuestra Madre Tonantzin, también llamada Coatlicue. Esta escultura se encuentra en el Museo Nacional de Antropología en la ciudad de México. Yo la vi cuando estuve ahí. Es impresionante. Al verla se conmueven todos los sentimientos y retumban en la cabeza los entendimientos atávicos. Uno sufre un cambio de conciencia…. Digamos…. que entrás en un umbral de la conciencia, donde ves la Deidad.

     

    ¿Y cómo la vio? Le pregunté, interrumpiéndolo.

     

    Ya te dije -respondió- hay cosas que la razón no entiende, ni puede explicar…. Son asuntos que solo se pueden atestiguar y lo que se atestigua, las palabras, no pueden ni siquiera describir; así que es inútil tu pregunta…. algún día tal vez podrás atestiguar esos portentos…comentó… o tal vez nunca…. dijo arrastrando las palabras, como al azar…. 

     

    Como sabes, en nuestra cosmogonía la dualidad  lo comprende todo -como el yin y el yan de los chinos, apuntó  en un susurro- Hunajpu-Xbalamke, El corazón del Cielo-El Corazón de la Tierra, Alom-K’ajolom, Bitol- Tz’qol, la Madre Luna-El Padre Sol, el nawalel tonal y así todo. Entonces, la dualidad de Quetzalcóatl…. es Tonantzin….y como podes apreciar en la escultura, Quetzalcóatl está arriba y abajo…. arriba, en la forma clásica de dos cabezas de serpiente encontradas frente a frente, pero que al mismo tiempo forman una sola cabeza -la representación de Quetzalcóatl- que es como está delineada en el retablo de San Judas…. abajo, varias serpientes entrelazadas conforman el tejido de una estera, un petate -Pop en kiche’-  símbolo de  autoridad, que a su vez se sustenta en la Madre Tierra; mientras arriba, Quetzalcóatl toca el firmamento….

     

    Hizo una pausa, mientras me pasaba la foto y  me señalaba con el dedo donde se ubicaba cada parte comentada. Estuve un rato compenetrándome de los significados de la escultura de Tonantzin, en la magnífica estampa, donde se podían ver sin dificultad los detalles de la Diosa. 

     

     En medio de ambos extremos, está el icono de Coatlicue-Tonantzin, la cual está asentada sobre una banca -también símbolo de autoridad y de poder- y rodeada por dos cabezas de serpiente; es decir, como podes apreciar en la totalidad de la escultura, en el conjunto, Tonantzin está rodeada completamente por diferentes configuraciones de Quetzalcóatl….

     

    Tonantzin, en el centro, une las energías devenidas del Corazón del Cielo -el Universo-  y el Corazón de la Tierra -la Madre Tierra- y justamente es esta esencia inmanente la que la convierte en  Madre de Dioses y de hombres….  En la escultura -como ves, dijo señalando  con el dedo el lugar en la foto- hay dos pares de manos: unas arriba, la de los dioses;  otras abajo, la de los hombres…. Entre ambas pares de manos, están dos corazones: uno de los Dioses y el otro de los hombres, y ambos, amamantados por los dos pechos sagrados de la Madre Tonantzin…. 

     

    Y finalmente, abajo -expuso, señalando de nuevo con el dedo en la foto- saliendo del vientre inviolado, una  cabeza encarnando la parición de los seres divinos y humanos.   

     

    Hizo otro silencio, mientras daba tiempo a que revisara lentamente los iconos que señalaba.

     

    Tal vez te agobie con esta explicación -me dijo luego de su místico silencio- te la di como una pista -un tip, dicen los cibernetizados, comentó, sonriéndose irónicamente- porque el retablo de la Guadalupana contiene elementos  de la cosmovisión que están en esa escultura  azteca. Y esa representación de nuestra Madre Tonantzin, es muchos siglos anteriores de cuando fueron esculpidos estos retablos. Imagínate que nos decían que este retablo lo mando a hacer el Ayuntamiento de la Antigua allá por el año 1737.

     

    Se quedó viendo para el retablo uno o dos largos minutos. Lo mismo hice, tratando de descubrir, o de que en algún chispazo de revelación se corriera el velo de sus arcanos, los espacios dónde se encontraban los signos cosmogónicos.  Ni el retablo de San Judas está tan profusamente decorado como este de la Guadalupana, de maneraque se hace realmente difícil, para la vista del neófito, del iniciado, descifrar las claves del arcano.

     

    En esos discernimientos estaba cuando el Ajq’ij, viendo el retablo, empezó a rememorar el momento en el que quedó ensamblado y pudieron verlo en su totalidad.

     

    Cuando en retablo quedó empotrado, como está ahora, como lo vemos ahora, el maestro que dirigía la restauración comenzó a explicarnos, según su entender, el contenido de retablo: explicó cada una de las pinturas y su relación con la leyenda del indígena Juan Diego, de la Virgen, del obispo Zumarraga; la pintura en el sayal de Juan Diego…. Luego nos dijo sobre la cantidad de frutas en el tallado –muy nuestro dijo- y pasó a decirnos que en los laterales se elevaban dos bellas columnas caladas y que las pilastras del primer cuerpos son serlianas de doble guitarra.  

    Cuando terminó de decir el maestro - así lo llamábamos- lo de las columnas, yo sencillamente ya no lo escuché; había quedado alucinado viendo, lo que él llamó columna calada; sin  duda, me afirmaba, era el cuerpo y  la cola de una serpiente, es decir, la clara representación de nuestro Dios, la Serpiente Emplumada…. Además era patente que rodeaba ambos lados del retablo, como había visto el arropamiento de Quetzalcóatl a Tonantzin en la foto que tenes en la mano. ¡¡Vi -subrayó emocionado- a la Sagrada Serpiente descendiendo del Corazón del Cielo…. entrando en el Corazón de la Tierra!!  

     

    Quedé conmovido y extasiado observando la columna serpenteada, que con los claros infiltrados desde el fondo de la pared, por el calado, da la sensación que el cuerpo de la Deidad está en movimiento perpetuo: bajando del cielo a la tierra, como apuntaló el Ajq’ij. Este sentimiento surge por la genialidad de los imagineros indígenas que conceptualizaron a Q’ukumatz por medio de largo bastidor en donde cada tres costillas tienen un sentido contrario a las otras tres que integran cada pequeño tramo. Esa genialidad artística de los imagineros indígenas, que capta cabalmente el encoge y estira del desplazamiento sinuoso de una serpiente,  dándole movimiento visual a lo estático del tallado, en el retablo. 

     

    Hechizado por el portento de la imaginación de los imagineros me encontraba, cuando en algún momento del viaje imaginario, sentí un soplo en el costado, un vaho saliendo de la penumbra del lugar que nubló la visión de movimiento de la Serpiente Emplumada: era un susurro del Ajq’ij que me decía que viera la figura que estaba incrustada en la parte de arriba de la columna de la par. La vi. Me parece la cabeza de un querubín, pintado y estofado exquisitamente, le referí.

     

     Si -manifestó – pero lo importante no es la belleza de la escultura, sino que ella está emergiendo de la boca de una serpiente –aseveró sin titubeos- ve, ahí están los colmillos y el interior de la boca de una serpiente –dijo señalando un punto específico del tallado. Encima hay dos y abajo hoy otros dos ¿los ves?

     

    Efectivamente, ahí estaban; difíciles distinguirlos en medio del abigarramiento de todo el tallado. Sobre todo arriba de la cabeza estaban claramente definidos dos colmillos. Y luego, traslució por la mente la imagen de la boca de una serpiente que

    tiene similares características. Inclusive, paso por la imaginación que las escamas de esa serpiente eran similares, a las bolitas que separan cada una de las vertebras del costillar de la Deidad en las orillas del retablo. 

     

                                                                  

     

    Hay más, trata de ver…. concéntrate para que el espíritu de los Abuelos, la energía que emana de la Madre Tierra, te dé la Voluntad suficiente para  discernir el significado de lo velado-revelado. 

     

     

    Vi que se sentó parsimoniosamente; fijó los ojos en el retablo sin ver algo en particular; con una expresión de estar abarcando todo en una sola vista. Los ojos se le fueron achiquitando, sin cerrarlos completamente, apenas se le veía una raya de lumbre negra que brillaba en cada ojo. Quedó inmóvil, en un estado de vigilia que emanaba quietud, sosiego y un hálito de mutación.   

     Algo inescrutable se posesionó en el espacio crepuscular de la entrada de la iglesia; no se oía, ni se sentía ningún rumor; un silencio apacible se cernía en el recinto induciendo un estado anímico de extra sensorialidad, de agudización instintiva de los sentidos. Entonces, vi en la parte superior del retablo -a continuación del enroscamiento de laola- un semi-arco de plumas, el otro elemento característico de la Deidad. Pero lo más sorprendente, fue ver en la cúspide del retablo, enroscados, en alegoría, los cascabeles de una serpiente cascabel.

     

     

    Cuando vi esas colas de cascabel, de inmediato se me vino a la mente esta misma simbólica en las esculturas de Quirigüa; ahí, claramente, todo el enroscamiento de la Serpiente Emplumada culmina en los cascabeles de su cola. Esto además, que la boca abierta da lugar al surgimiento de un Señor o de otra Deidad. 

     

    Fue en ese intervalo sorprendente cuando, sin saber por qué, se me ocurrió contar las colas de cascabeles. Como están hasta arriba del retablo, las conté una a una; al final, no podía creer la suma que daba. Dos veces más las conté y siempre dio el mismo número: ¡¡Trece!! 

     

    El impacto fue sobrecogedor, porque, trece, es la máxima intensidad energética que puede alcanzar el nawal de una persona o día. Este grado de intensidad de energía acompaña intrínsecamente lo que, comúnmente, conocemos como los veinte nawales. Por esta característica, tanto el trece, como el veinte, son dos componentes inseparables del calendario sagrado maya; su combinación a lo largo de veinte meses de trece días, sirven para designar el nawal de nacimiento, de concepción y destino de cada ser humano.  

     

    El trece, es por tanto, un número sagrado maya; mientras que el trece en la cultura católica occidental, es un número de mal agüero, y peor, si cae viernes o martes. De ahí, una turbadora contradicción de dos cosmovisiones convergiendo en un mismo emblemático espacio.

    Todos esos pensamientos me daban vuelta en la cabeza, cuando caí en la cuenta que el retablo estaba arropado completamente por portentosos significados de la cosmogonía indígena: la columna serpenteada cubriendo completamente los dos laterales del retablo; luego el emplumado, también en ambos lados; y cerrando el retablo en la cúspide, las trece energías  cascabeladas. Y finalmente, abajo, en la base de la estructura retablística, se ve llena de ofrendas de la tierra, a ambos lados: fruteros con zapotes, higos, limas, peras, duraznos, granadas, flores, frutillas. Conjunto que, además, evoca los ojos y la boca de Q’ukumatz.

     

    Tal, como hoy -imaginé de inmediato- en los ceremoniales del mundo maya, donde se ofrenda a los Ancestros, a los Abuelos y a los Dioses, con frutos de la tierra. 

    Pensé en mis adentros: la alegoría es la misma que en la escultura de la Diosa Tonantzin, solo  que acá es la  Virgen de Guadalupe -Tonantzin- quien esta rodeada, ceñida, por Quetzalcoatl, su dualidad.

     

    Entonces la intuición me hizo saber, como me había dicho el Ajq’ij momentos antes:  Hay más, trata de ver…. o no sé si fue la voz susurrante del Ajq’ij, pegado al oído,  quién las repitió adivinando mis pensamientos; no sé si fue una sensación u otra, porque el descubrimiento de la impronta de la simbólica ancestral indígena, sencillamente había arrasado con la imagen estática, formal, del enorme retablo de la Virgen de Guadalupe.

     

    Hay más, trata de ver….volvió a zumbar por los oídos y cabeza. Ya no vi los contornos, sino las pinturas encerradas por la multitud de tallas, relieves, repujados, dorados. Me movía a los lados, del medio exágono de la estructura, tratando de ver en las pinturas la impronta de los Dioses ancestrales indígenas.  En eso, se me aclaró, o caí en la cuenta de lo absurdo de estar buscando signos cuando, sabía, que la  Virgen de Guadalupe era la misma Diosa Tonantzin y que dada la suplantación forzada por los curas españoles de una por la otra, en el imaginario del pueblo mexicano, había quedado estampada la veneración de Tonantzin en Guadalupe. De esa cuenta, me platicaba a mi mismo: son los símbolos ancestrales los que adornan a la Guadalupana: las estrellas en el manto de color verde-azulado, como el de Quetzalcoatl; la múltitud de flores en el vestido; los rayos que la rodean son la luz emanada del Padre Sol y la Virgen es sostenida por la Madre Luna; las plumas aladas son también símbolo de cosmogonía. 

     

                                                                                

    De un pronto a otro, en la contemplación de las pinturas, los ojos se desviaron inconcientemente a la parte superior que enmarca  la pintura, donde la Virgen se le aparece a Juan Diego…. Quedé estupefacto…. La inconfundible figura de Q´ukumatz estaba ahí, inconmovible, con sus atributos… Los ojos, los colmillos, la boca abierta, las plumas…

     

    Me moví al otro lado del retablo, donde la claraboya daba claridad a esa parte del retablo. Quería cerciorarme si mis ojos estaban viendo algo que solo estaba en mi imaginación, y como los lados son similares, solo era cuestión de verificar; no fue sorpresa el develamiento; el delineamiento y la simbólica eran igual: Q’ukumatz envolviendo a la Tonantzin-Guadalupe.

     

    Sin embargo lo más significativo, revelador, es encontrar, ahí, el simbolismo más profundo del Dador de vida, de la Iniciática, porque el conjunto revela a la Serpiente Emplumada con las fauces abiertas y saliendo de su entraña las imágenes de la Guadalupana. Es la figuración de la Divinidad que con su  aliento, con su  hálito proporciona la vida; es el soplo, la exhalación,  el aliento de Q’ukumatz que da vida a la Guadalupana. 

     

    En medio de una neblina ocular, volví a ver las esculturas de Quirigüa, donde los Señores-Dioses están emergiendo al mundo con el efluvio de voluntad de vida, desde la embocadura de la Deidad. 

    También, en ese mismo vistazo contemplativo se me patentizó la escultura del marcador del Juego de Pelota que está en el sitio arqueológico de Chwa Nima Ab’aj (Mixco Viejo) donde Hunajpu, brota de la muerte a la vida desde la boca de ChimalkanQ’ukumatz, en un especie de regurgitamiento vital. Otra imagen que pasó por mi memoria, fue una descubierta en Veracruz, datada en más de quinientos años antes de nuestra cuenta, en la cual un personaje, o un Dios, está saliendo de la boca de Quetzalcóatl.

     

     

                                        

    Fue entonces que empecé a ver la parte central del retablo, el gran lienzo de la Guadalupana; seguí el mismo sistema al examinar la moldura de las dos pinturas laterales; examiné con detenimiento la parte superior del borde tallado del lienzo…. Y claro…. nuevamente fui sorprendido al encontrar similar diseño, delineación, de la Deidad, de Quetzalcóatl, coronando la figura pictórica de la Diosa Tonantzin-Guadalupe.

     

    Los inconfundibles ojos, plumas, colmillos y boca estaban esculpidos con gran perfección. Al sentir la magnificencia del tallado, se tiene el sentimiento que la Guadalupana, Tonantzin, está siendo aparecida en la boca de Quetzalcóatl; como que ella, La Madrecita, La Madre de todos los Dioses y hombres, va aflorando desde lo insondable, al mundo de los humanos.... suspendida, levitada, por la exhalación, el aura, la energía de la Divinidad que la contiene. Esa es la clarividencia, el sentimiento que evoca la totalidad del cuadro. El corazón da un vuelco en el momento de la revelación, de la adivinación.  

     

     

    Cuando salí del ensueño de la evocación, estaba conmocionado de admiración por los artistas indígenas, los imagineros, que fueron capaces de hacer semejante maravilla: todo un retablo cristiano dedicado por completo a sus Deidades cosmogónicas, era Increíble tenerlo al frente; ¡¡francamente increíble!! me repetía  una y otra vez, viendo extasiado la Virgen y Q’ukumatz. 

     

    El desprecio de los criollos e ibéricos, o su deliberada actitud de ignorar todo lo concerniente a la cultura indígena y sobre todo a su cosmovisión, los encegueció, les veló el discernimiento pensé esos momentos- de manera que solo veían filigranas, oro adornando a la Virgen de Guadalupe. Porque finalmente -razonaba- solo veían a la Guadalupe de Cáceres, de Extremadura, a la española y no a la Guadalupana, a Tonantzin. Por tanto -deducía- su alucinamiento les eliminó, o les veló, la evidente contradicción entre su imaginario católico y el mundo cosmogónico indígena ahí plantado…. y quedaron tranquilos, fascinados, con la bella orfebrería del retablo.    

     

    Para los maestros indígenas -meditaba- tampoco hubo contradicción en lo moldeado y figurado en el retablo, porque para los imagineros indígenas, la Virgen de Guadalupe era simplemente Tonantzin; como fue en el principio de los tiempos, ellos no veían a la virgen española -reflexionaba- Estos Ajq’ij’a-artistas, veían a la Madre de todos los Dioses y los hombres, a Tonantzin, y siendo su naturaleza dual -discurría- su pareja natural es Quetzalcóatl. Así, como es concebida en la cosmovisión ancestral indígena, la dualidad TonantzinQuetzalcóatl…. Ya en el retablo…. solo reprodujeron la misma simbólica: Quetzalcóatl rodeando e integrando a Tonantzin-Guadalupe. Por eso, no existe contradicción entre su cosmovisión y lo católico.

     

    A todos estos nudos les daba vueltas…. cuando súbitamente sentí la necesidad de contarle al Ajq’ij  los hallazgos agolpados en el pecho, en las sienes. 

     

    Volví a mirar a la banca donde se había quedado inmóvil con los ojos entrecerrados, pero no estaba ahí. Revisé rápidamente con la vista toda la nave de la iglesia y no había nadie; nadie había entrado, ni nadie había salido; de eso era consciente, porque estando en la entrada, donde está el retablo, era  improbable no darse cuenta que alguien entrara o saliera; y siendo que el Ajq’ij estaba  a mi costado, no encontraba explicación a su no presencia.

     

    Se me ocurrió, que en algún momento de mi éxtasis, pudo haber salido sigilosamente a tomarse un aire en el atrio. Entonces salí al atrio, pero no había nadie. Revise la calle y una tienda al frente…. y nada. Volví a entrar a la iglesia, porque definitivamente, pensaba, el Ajq’ij Cojtí no se iba a ir sin despedirse, no encajaba esa actitud en su comportamiento y su genio. Así que un tanto confundido, pensé, que conociendo él lo vericuetos de la iglesia por su trabajo de restaurador, tal vez había ido a buscar al sacristán o al cura; fui a la sacristía y le pregunté a la secretaria, sí no había vista a un señor de sueter negro y rojo, con un morral; me contestó que no había entrado nadie: ni el sacristán -explicó- que a cada rato entra y sale se ha asomado por aquí.

     

     

    En ese momento regrese frente al retablo; vi la banca donde se sentó; tampoco estaban la foto ni el papel que me había mostrado y que suponía había tenido en mis manos. Vi intensamente el retablo de Tonantzin, con el sentimiento de tener una explicación razonable. Luego volví en redondo y me tope cara a cara con la imagen de Q’ukumatz en el retablo de San Judas; rememoré al Señor Desconocido que le abrió los ojos al Ajq’ij, hacía más de treinta años y que había desaparecido prodigiosamente. Entonces sentí una enorme aprehensión oprimiéndome  el pecho, y congoja, al sentir que mi razón se tambaleaba…. ¿Sería el Desconocido…. o el doble del Ajq’ij…. o el Ajq’ij…. o ninguno? Cavilaba. Di con los nudillos fuertemente en el retablo: dolieron, pero no encontré una respuesta razonable….Entonces salí...